El caso del griego que asesinó y trozó a su cuñado apareció
en primera plana de los diarios de enero de 1963. Ocurrió en La Plata y
conmocionó a todo el país. Muchos recuerdan que el entonces dueño del bar “El
Partenón” hizo empanadas con la carne del cadáver. Y las puso supuestamente a
la venta.
A principios de los años ‘60 era impensado un crimen semejante.
Se vivía en una sociedad que no padecía la violencia inusitada desde los
medios, donde las películas más exitosas del momento eran las de Mirtha
Legrand, que lo más que hacían eran darse besos en la mejilla. Además en La
Plata, la gente vivía tranquila: Era la época en que se dejaba la puerta sin
llave y no había tantos robos y homicidios. El caso que se dio en llamar
“descuartizamiento del griego Harjalich” impactó de sobremanera.
Nadie se podía imaginar un acto con semejante despliegue de
violencia. Las crónicas de la época señalan que las primeras noticias que se
tuvieron fueron por boca de Juan Giorgia, griego, de 69 años, soltero, con
domicilio sobre la avenida Colón, que une La Plata con Ensenada, a la altura de
la columna 48. El griego Juan Giorgia se presentó el 18 de enero de 1963 ante
las autoridades de la subcomisaria El Dique, para denunciar que su compadre
Juan Harjalich, había aparecido en dos oportunidades por su casa llevando en
una valija restos humanos. Al ampliar la exposición, Giorgia expresó que “el
jueves alrededor de las 16 recibió la visita de su compadre Juan Harjalich -de
su misma nacionalidad y de 40 años-, afincado en la calle 1 nro. 710, quien
llevaba una valija, un bolsón y un colchón pidiéndole que le guardara todo eso
por unos días, hasta que pasaría a retirarlos”. Harjalich recién volvería a la
casa de Giorgia momentos antes de la medianoche del mismo día. Fue entonces
cuando su compadre hizo una espeluznante revelación: le dijo que en la valija
se hallaban los restos de su cuñado Andrés Suculea de 32 años, a los que iba a
incinerar.
Sin reponerse del shock emocional que le provocó la
confesión de Harjalich, Giorgia se negó rotundamente a convertirse en un
cómplice. Su compadre lo amenazó de muerte con un revólver para obtener su
silencio al mismo tiempo que le exigió colaboración para hacer desaparecer el
cadáver. La discusión duró algunos minutos, hasta que Harjalich comprendió que
lo mejor era tomar las valijas y marcharse. Y así lo hizo, hasta perderse en la
oscuridad de la noche. A las pocas horas, reapareció en su casa y le pidió a
Giorgia que silenciara todo lo que conocía. Y para darle seguridad, le dijo que
había hecho “todo a la perfección” y le aconsejó que se fuera a descansar.
Harjalich prendió un fuego fuera de la vivienda. Explicó que
era “para quemar las ropas ensangrentadas”. Luego se retiró utilizando uno de
los micros de la línea 273. El viernes por la mañana cerca de las 10, siguió
diciendo Giorgia en su declaración en sede policial, volvió su compadre
trayendo algunas prendas de vestir con el fin de obsequiárselas, guardando él
por su parte, un marcado silencio al interpretar que las ropas podrían haber
pertenecido al muerto.
Asimismo, Harjalich llevó carnes y otros alimentos, que
luego de cocinarlos ingirió dando muestras de singular apetito. En cambio, y
pese a la invitación de su visitante para que compartiera la comida, el dueño
de casa, se abstuvo de hacerlo. Finalmente Harjalich se retiró anunciándole que
volvería a la noche.
Giorgia resolvió concurrir a la dependencia policial más
próxima y denunciar el espeluznante caso. Eran alrededor de las 14 del 18 de
enero de 1963. Mientras una comisión se dirigió al centro, donde se hizo
efectiva la captura del acusado, en su local, de la calle 1 nº 710, otra
concurrió a la vivienda de Giorgia donde se secuestró el colchón ensangrentado,
varias prendas y trozos de cuerdas.
La descripción de Giorgia del lugar adónde se dirigió
Harjalich con la valija la primera noche que apareció por su domicilio camino a
Punta Lara, orientó a los efectivos policiales en la búsqueda de los restos
óseos del cuñado. Efectuaron una minuciosa inspección de la zona, internándose
varios de ellos en un terreno situado frente a la finca de Giorgia, en ese
momento inundado y cubierto de paja brava y otras malezas, de donde extrajeron
restos humanos diseminados por distintos sitios. Los efectivos debieron
realizar otro rastreo en la desembocadura de la cloaca maestra de la ciudad, a
la altura de la prolongación de la calle 66, sobra la zona del río. En este
lugar, Harjalich admitió haber arrojado las partes blandas del cuerpo de su
cuñado, como así también las manos pertenecientes al muerto. De acuerdo a su
declaración, de que Suculea se había suicidado, era primordial para los
investigadores el hallazgo de los huesos del cráneo pero también, al faltar las
manos y aunque las encontraran seguramente no tendrían las huellas debido a que
fueron descarnadas, la identificación era una de las tareas más difíciles. El
hallazgo de la parte izquierda del maxilar superior, por haberse obtenido el
valioso dato de que en esta región de su dentadura Suculea se había hecho
practicar el tallado de un canino para la colocación de una prótesis, fue
fundamental para comprobar la identidad.
Lo que nunca se halló fue la parte superior del cráneo, lo
que hubiese sido clave para determinar las causales de la muerte. Es que Harjalich,
al ser detenido, dijo que su cuñado se había suicidado. Que se había matado de
un tiro cerca de las 8.30 de la mañana en la que su mujer y su sobrina se
habían ido a visitar a unos amigos. Que él, al no saber qué hacer, había
decidido ocultar el cuerpo, pero no lo había matado.
No le creyeron, porque en la casa encontraron un revólver
calibre 38, que el griego dijo desconocer, pero que tenía estampado el sello de
la Policía Bonaerense y que, tras una breve investigación, dieron con quien
había sido el dueño: un agente que confesó que se la había vendido a Harjalich.
El juez Rodríguez Lagares no le creyó nada al griego. Y lo
mandó a la cárcel de Olmos, donde moriría un par de años después. Lo que sí
encontraron en la casa del crimen fue un cuaderno, donde la víctima escribía
sus sentimientos. En ese libro, aparecía una mención al griego: "Temo
que pierda la tranquilidad en mi casa. Mi cuñado, el miserable inmundo,
pretende hacer de las suyas". Pero también había otra frase, escrita dos
días antes de la muerte, que decía lo siguiente: "cuando pienso que estuvo
la felicidad en mis manos, me dan ganas de morir" ¿homicidio o suicidio?
Nunca se sabrá.
La versión de Harjalich
El miércoles 16 de enero de 1963, aproximadamente a las
8.30, Harjalich dijo haber escuchado un disparo de arma de fuego proveniente de
la habitación que ocupaba su cuñado. De inmediato -expresó- fue al lugar y
observó que Andrés Suculea se hallaba muerto. A partir de ese instante, y en
ausencia de su esposa y su sobrina, el dueño de casa concibió la idea de hacer
desaparecer el cadáver de su cuñado. El griego concurrió a almorzar a la casa
donde estaban su esposa de visita y sobrina, “sin dejar traslucir en su ánimo,
actitudes ni palabras, la suerte corrida por Suculea”. Al término de la comida,
retornó a su domicilio de la calle 1 y 46, donde durante varias horas se dedicó
a la macabra tarea de descuartizar el cuerpo de su cuñado, antes de lo cual le
sacó, mediante un cuchillo, las partes blandas del cuerpo. Luego colocó los restos
óseos en una valija y efectuó una limpieza a fondo y al día siguiente se
dirigió hasta la vivienda de su compadre Juan Giorgia.
La hipótesis fue poco consistente. Nadie escuchó el disparo
del revólver con que la víctima habría puesto fin a su existencia. Harjalich
fue quien limpió el arma supuestamente empleada por su cuñado y le cambió las
cápsulas, y fue él quien hizo desaparecer el trozo de cráneo en que el balazo
debió producir un orificio
La esquina del horror
Todavía muchos platenses recuerdan aquella esquina donde
hace 41 años “El Griego” Harjalich servía a los parroquianos un par de ginebras
“Cubana” o “W” -bebida espirituosa-, pero más se tiene en la memoria que una
vez se dijo que las empanadas humeantes sobre el mostrador del bar “El
Partenón” estaban hechas con las carne del cuñado muerto. Empanadas se
vendieron siempre, pero algún miembro de la colectividad helénica que aún
recuerda el hecho y lo repudia, afirmó oportunamente que descreía de cómo lo
contaron los diarios a los que acusó de “agrandar todo” porque “no fue tan
así”. Los diarios locales en sus primeras planas anunciaron el sangriento
episodio con un título que ocupó todo el ancho de la sábana. Algunos que
todavía piensan que Elefteria -la esposa de Harjalich-, debió haber estado
presente en la casa el día que murió Andrés, su hermano, también siguen
arriesgando que “seguramente hubo una pelea” y que “resultó muerto por su
marido”. Fueron muchas las versiones que se tejieron en torno a este misterioso
caso. Hasta se llegó a decir que el homicida improvisó un puesto nada menos que
frente a la estación de trenes, donde puso a la venta y agotó las empanadas de
carne humana.
Una macabra coincidencia
“Horripilante crimen: un hombre dio muerte a su cuñado,
descarnó y descuartizó el cadáver” fue uno de los titulares que ocupó nueve
columnas de la página sábana de El Argentino de aquel momento en nuestra
ciudad. Desde el 19 hasta el 29 de enero cuando anunciaron el traslado del
detenido a Olmos donde murió dos años después, la prensa local siguió paso a
paso cada detalle de la investigación del hecho. Pero en la misma página, ajeno
al drama que conmovió a La Plata un odontólogo anunciaba sus honorarios de
atención en la Guía de Profesionales. Era Ricardo Barreda.
El aviso en el diario El Argentino |
Fuente: Diario Hoy (La Plata)
Wow! Que loco esto del griego Pablo. Pero mas me gusto ese aviso de Barreda...que loco, no?
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