viernes, 31 de agosto de 2018

Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Floresta. Pero Norma Penjerek, de 16 años, nunca llegó, y su domicilio, en lugar del calor del hogar, se transformó en un misterio. Su desaparición causó gran conmoción en la sociedad, y los diarios de la época siguieron la investigación a diario. Casi 50 días después, el cadáver de una mujer apareció, semienterrado, en un campo de la localidad de Llavallol, en Lomas de Zamora. Después de cavilaciones y peritajes contradictorios, la Justicia dio por hecho que era el de la menor. Hubo varios acusados, pero ningún condenado. El caso quedó impune. El misterio sigue.
Norma, que cursaba el 5º año en el Liceo de Señoritas Nº 12, era hija única. Su padre, Enrique Penjerek, era empleado municipal, y su madre, Clara Breitman, enfermera. La familia vivía en Juan Bautista Alberdi al 3200.
La casa de Perla Stazauer de Priellitansky, la profesora de inglés, estaba en Boyacá al 400, en Flores, a una veintena de cuadras de donde vivía la familia Penjerek. Esa tarde, la clase duró 35 minutos: desde las 19.10 hasta las 19.45.
A las 21, preocupada porque su hija no había vuelto, Breitman comenzó a llamar a las amigas y compañeras de Norma. Recibió siempre la misma respuesta: "No, señora. No sé nada de ella...".
A la medianoche, Enrique Penjerek denunció en la comisaría 40» la desaparición de su hija. Les describió cómo iba vestida Norma cuando fue a su clase con la profesora Perla: pollera gris tableada, medias blancas y un blazer azul.
Con el paso de las horas se descartó que la chica hubiera sufrido un accidente. No había nadie con sus características físicas internado en ningún hospital.
"Extraña desaparición de una jovencita", titularon los diarios. Pasados diez días sin novedades, los padres de la menor publicaron una solicitada con una foto de Norma y la frase "se busca". Lejos de ayudar, ese gesto empeoró la situación: la familia de la chica recibió numerosas pistas falsas y fue víctima de extorsiones.
Un cuerpo y más dudas
Pedro Vecchio, uno de los sospechosos, acompañado por policías Fuente: Archivo
La angustia y la desesperación iban en aumento. Hasta que, pasados 50 días de la desaparición, apareció el cadáver de una mujer en un terreno de Llavallol. El hallazgo se produjo cuando un perro se puso a olfatear en el pasto.
Según escribió el periodista Ricardo Canaletti en el libro Crímenes sorprendentes de la historia argentina I, el cuerpo fue hallado en el campo La Laguna, del Instituto Fitotécnico Santa Catalina, que dependía de la Universidad Nacional de La Plata.
Este lugar marca una parábola que une aquellos días y el presente, en el que los femicidios, a fuerza de repetición, se convirtieron en un flagelo y, por fin, comenzaron a ocupar un lugar relevante en la agenda de las políticas públicas. Ese mismo sitio es, ahora, la reserva natural Santa Catalina, donde el 4 de agosto pasado apareció asesinada Anahí Benítez, que, como Norma, tenía 16 años y había desaparecido el 29 de julio.
"Apenas diez centímetros de tierra cubrían el cadáver. Conservaba jirones de una enagua celeste, un suéter beige y dos pañuelos, uno de gasa alrededor del cuello y otro utilizado como mordaza", detalló Canaletti en su artículo sobre Penjerek. La investigación tras el hallazgo del cuerpo, en aquel invierno de 1962, quedó a cargo del juez en lo penal de La Plata Alberto Garganta.
"El periodismo estaba ansioso por que yo imputara a alguien", recordó a LA NACION Garganta, 56 años después de los hechos. Cuando se hizo cargo de la investigación tenía 32 años; hoy tiene 88. "Todo el mundo hablaba del caso y había mucha ?manija'", sostuvo.
Autopsia
Laura Mussio de Villano, dueña de una boutique situada a pocos metros de la zapatería de Vecchio, también señalada en la investigación Fuente: Archivo
El primer médico que revisó el cuerpo afirmó que la víctima había sido estrangulada con un alambre. Según la autopsia, que se hizo en el Hospital Gandulfo, de Lomas de Zamora, el cadáver correspondía a una mujer de entre 25 y 30 años con una altura de 1,65 metros y 60 kilos. La data de muerte fue situada diez días antes del hallazgo; es decir, el 6 de julio.
Norma medía diez centímetros menos y no entraba en el rango de edad que sugería la autopsia. Pero después se realizó una serie de análisis que -según afirma hoy Garganta- despejaron toda duda de que el cuerpo era el de Norma.
Según escribió Canaletti en su libro, el subcomisario Enrique Ducci, especialista en dactilocospía, analizó el dedo anular derecho y encontró 18 puntos de coincidencia con la ficha de identidad de la chica. También hubo un peritaje odontológico en el que participó el dentista que atendía a Norma, quien reconoció las piezas dentales.
Una segunda autopsia determinó que la herida mortal había sido producida con una sevillana y que el cuerpo no era el de una mujer de entre 25 y 30 años, sino el de una adolescente. "Y la propia familia reconoció que el pulóver que llevaba, que era de una tela muy de moda en ese entonces, era de la chica", recuerda Garganta.
Además, una prima de la adolescente reconoció el pañuelo que llevaba en el cuello como un regalo que ella le había hecho. Finalmente, los padres de Norma reconocieron el cuerpo. Con dolor, lo enterraron en el Cementerio Israelita de La Tablada.
Hubo un dato que la segunda autopsia no modificó: la data de muerte seguía siendo el 6 de julio, con un margen de error de 48 horas. Entonces ¿dónde estuvo la chica en ese largo mes que transcurrió hasta que se halló su cadáver? Es un misterio que el próximo 29 de mayo cumplirá 56 años.
La investigación tuvo un giro inesperado un año después, cuando una mujer declaró ante el juez Garganta y culpó del homicidio a un comerciante y concejal de Florencio Varela, Pedro Vecchio. Hubo otros cuatro acusados.
Según el escritor Álvaro Abós, la investigación pasó por las manos de ocho jueces hasta que, el 5 de abril de 1965, la Cámara del Crimen de la Capital Federal decretó el sobreseimiento de Vecchio y de los otros acusados. No habían podido probar ninguna de las acusaciones en su contra. El caso comenzó a enfriarse.
Vecchio nunca quiso hablar del caso que lo puso tras las rejas. Salió de prisión y durante muchos años estuvo al frente de su zapatería. Murió en 2012, a los 92 años.
En 2012, a 50 años de la desaparición, el periodista de Clarín Héctor Gambini le hizo un reportaje a un primo de la víctima. Cacho Penjerek, como se lo presentó, dijo: "Todavía hoy creo que aquel cadáver no era el de Norma. Estoy seguro de que no era ella".
El caso no estuvo exento de versiones disímiles. Una teoría nunca confirmada sostenía que el padre de Norma habría sido uno de los informantes que aportaron datos para que Israel ubicara en la Argentina al nazi Adolf Eichmann, que vivía en San Fernando y trabajaba como operario fabril. El 20 de mayo de 1960 ocho agentes del servicio secreto judío, el Mossad, concretaron la Operación Garibaldi y lo secuestraron cuando bajó de un colectivo. Subrepticiamente lo sacaron de la Argentina y lo llevaron a Israel, donde el teniente coronel de las SS que comandó la cruel "solución final" fue condenado a muerte por su responsabilidad en el Holocausto. Esta hipótesis sostenía que el crimen de Norma había sido una venganza.
"Uno de los abogados de la familia fue quien me comentó lo de Eichmann", recordó Garganta a LA NACION. "Cuando me dijo eso yo le dije que él le preguntara al padre de Norma por ese rumor, porque si lo hacía yo iban a decir que estaba desviando la investigación. Pero él nunca se lo preguntó o nunca me volvió a hablar de esa teoría a mí. Así, el rumor quedó solo en eso, un rumor", agregó.
En la entrevista con Gambini, Cacho Penjerek agregó otra hipótesis: en 2005, un primo que vive en Israel lo visitó en su casa. "Hablamos de la vida y él me dijo que había tenido que separarse de su primera mujer porque la familia le había encargado cuidar de una chica de 17 años que había tenido un problema en la Argentina y se había ido a un kibutz en Haifa. Le pidieron que por favor se hiciera cargo porque ella no conocía a nadie en Israel", dijo.
Otro rumor indicaba que Norma a veces se quedaba a dormir en lo de su profesora de inglés. "Pero los padres de la chica decían que nunca había dormido fuera de su casa. Y los vecinos de la profesora dijeron que nunca la habían visto quedarse por las tardes o en la noche. Se dijeron muchas cosas, todas contradictorias", dijo Garganta.
Enrique y Clara, los padres de Norma, murieron sin poder descubrir la verdad sobre la misteriosa desaparición y muerte de su hija. El caso pasó al archivo policial como otro crimen argentino sin resolver.


Fuente: La Nación 

viernes, 10 de agosto de 2018

El asesino de San Andrés de Giles

Los vecinos estaban preocupados porque hacía varios días que no sabían nada de la dueña de la casa, sólo veían al sobrino que entraba y salía como si nada hubiese ocurrido. El hombre, primero, les contó que la mujer estaba muy enferma y, como había empeorado su estado de salud, la había tenido que llevar a un hospital de Buenos Aires.

Después les contaría que su tía había fallecido, que el cáncer le había ganado la batalla. Los vecinos sospechaban que algo extraño había ocurrido en esa casa de la calle Cámpora 1.768 de la ciudad bonaerense de San Andrés de Giles, a 100 km de la capital federal.

Corría el año 1995 cuando la policía, luego de demorar preventivamente al sobrino, ingresó en esa vivienda porque alguien había llamado para contar que percibían olores nauseabundos.

Alcira Iribarren, de 63 años, efectivamente había fallecido. Pero no era una muerte causada por una enfermedad, sino que había recibido dos golpes mortales con un hacha en el cráneo. Los agentes de la comisaría de Giles llegaron cuando todo estaba preparado para que los restos fuesen enterrados en los fondos de la casa.

La conmoción fue inmediata. El sobrino, Luis Fernando Iribarren, era el autor de aquel horrendo homicidio. El motivo lo confesó ante el comisario del pueblo: estaba muy enferma, no soportaba verla sufrir, por eso decidió ponerle fin al dolor. Al menos, eso fue lo que contó. Y además, ante el juez, dijo: "quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza".

Luis Fernando dijo que quería mucho a su tía abuela, y que se había convertido en su sostén cuando ella había enviudado. Él desde chico se quedaba en esa casa, lo hacía para ir al colegio porque sus padres y hermanos vivían en un campo, en la zona rural de Giles, en un paraje conocido como Tuyutí.

Luis para entonces tenía poco más de 30 años. Pero había algo que no le cerraba a los investigadores: ¿dónde estaban sus padres y sus dos hermanos? Primero, él contó que se habían ido a vivir a Paraguay porque tenían una deuda con un prestamista. Fue lo mismo que había repetido durante mucho tiempo, cuando en el pueblo le preguntaban por su familia. Pero después, tras varios titubeos, decidió contarle la verdad al juez de Mercedes Eduardo Costía. Los había matado a todos en 1986 porque "les tenía bronca".

El relato de Iribarren fue escalofriante. Recordó que fue en una noche lluviosa, que se había peleado con su padre. "Salí a la puerta a fumar y pensar como hasta las tres de la madrugada", confesó. En ese momento ingresó de nuevo a la casa rural, donde fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas. "Maldito el momento en el que entré y vi esa carabina", le diría al juez nueve años después.

Primero fue a la habitación donde descansaban Luis Juan Iribarren (49), Marta Langebbein (42) y María Cecilia (9). Los mató a tiros y golpes. Salió nuevamente al patio, donde fumó otro cigarrillo y pensó. Ya había parado de llover cuando regresó a la casa y entró en el otro cuarto, en el que dormía su hermano Marcelo (15), a quien mató de dos disparos. "Como quedó con los ojos abiertos, me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?", declaró en la indagatoria que prestó ante el juez de instrucción.

La noticia recorrió rápidamente el país. Todos hablaban de "El carnicero de San Andrés de Giles". Iribarren, incluso, habría intentado "jugar" con los sabuesos policiales. Primero les dijo que los cadáveres los había arrojado en un lugar, después en otro, hasta que finalmente les indicó un sector a metros del chiquero, el corral para los chanchos. En una fosa común había enterrado los restos de toda su familia. 

Un equipo de antropólogos forenses tuvo que trabajar varios días en ese sector de la finca.

En el año 2002, luego de varios años de un proceso que incluyó estudios psiquiátricos para determinar si era imputable, Iribarren comenzó a ser juzgado en Mercedes por la Sala III de la Cámara de Apelaciones. En esa oportunidad, optó por no declarar: sólo tomó apuntes y le hizo algunas preguntas a un par de testigos.

Ocho de los diez profesionales psiquiatras y psicólogos que declararon en el juicio arribaron a la conclusión de que Iribarren era consciente de lo que hacía. Es más, concluyeron que el asesino pudo haber planeado cada una de las muertes.

Los jueces Mario Alberto Bruno, Francisco Lilo y Héctor Barreneche lo encontraron culpable y lo condenaron a "reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado". Iribarren, considerado uno de los asesinos más despiadados de la historia penal argentina, fue alojado en un complejo carcelario de la Provincia de Buenos Aires.

En el expediente por el quíntuple asesinato de San Andrés de Giles declararon varios psicólogos y psiquiatras que definieron la personalidad de Luis Fernando Iribarren.

Una psicóloga describió al acusado de la siguiente manera: "tiene una personalidad narcisista, con defensas psicopáticas. Se maneja con frialdad, tiene un discurso coherente, una inteligencia brillante y posee un claro manejo de la realidad".

Además, la profesional destacó, tal como figura en el expediente, "es imposible que hubiera sufrido una crisis psicótica cuando ocurrieron los hechos". 

Iribarren fue declarado imputable por los jueces, quienes finalmente lo condenaron a la pena de "reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado", la más grave que estipula el Código Penal Argentino.

lunes, 23 de julio de 2018

Buenos Aires Negra

Tengo el agrado de informarles que he sido convocado y estaré dando una charla en el marco del BAN - Buenos Aires Negra, Festival internacional de literatura policial, que se realizara en Buenos Aires los días 24 al 27 de octubre en el Centro Cultural San Martín.
Es un honor para mi... Gracias a todos los que diariamente me acompañan leyendo Archivos Policiales.

Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Flores...