viernes, 24 de agosto de 2012

El trágico final de una familia

Cuatro imágenes de una familia aniquilada que quedaron pegadas en el frente del edificio del Pasaje Maestro 5, casi Rivadavia. Allí el martes 15 de mayo de 2007 a media mañana, Gabriel Hernández —separado de Verónica Tuma desde hacía dos años— golpeó y mató de dos balazos en la cabeza a su ex mujer con un revolver calibre 38 largo y a asesinó a mazazos a su hijo varón.


La única que se había salvado era la nena, porque estaba en la escuela, pero el hombre fue a buscarla sobre el mediodía (tenía permiso para retirarla del colegio, donde cursaba el primer grado) y desapareció con ella. La mataría horas después, poco antes de suicidarse.

El caso es tan dramático que casi no registra antecedentes. Tal vez una historia similar fue la del albañil cordobés Rafael Arcángel Avallay, quien en el pueblo de Unquillo, en agosto de 2001, degolló a sus cuatro hijos, de entre 7 y 2 años, porque su mujer lo dejó. Intento suicidarse tomando un insecticida y cortándose las venas, pero lo detuvieron antes.


Con la secuencia de fotos expuesta a los medios los Tuma buscaban evitar que hubiera más muertes, que la Policía o alguien encontrara a Gabriel Hernández antes de que siguiera matando. De hecho durante toda la mañana decenas de vecinos se acercaron a verlas y prometieron buscar, mirar con atención para tratar de encontrarlos.



Pero nada pudo evitar que el drama tuviera un segundo capítulo, tan espantoso como el primero. El miercoles 16 de mayo al mediodía, casi 24 horas después de la primera secuencia de homicidios, Hernández, que se había alojado a las 17,15 del martes en un hotel de Chacarita, le pegó un balazo en la cabeza a Andriela y se tiró del octavo piso del lugar con el revolver 38 largo aún en la mano.



"He tomado una determinación. No queremos que velen a ninguno de los cuatro", decía una de las tres notas que el hombre dejó repartidas entre el hotel y el departamento de su ex. La primer carta fue encontrada por la Policía el martes a la noche cuando se descubrieron en el departamento los cuerpos de Verónica e Iván. En ella Hernández también indicaba el nombre del amigo a quien debían llamar para "reconocer los cuerpos".



Como suele ocurrir en estos casos fue un familiar (el padre de Verónica) quien sospechó que algo malo había ocurrido. Cuando el martes, llamó una y otra vez a la casa de su hija sin que nadie le contestara decidió ir hasta el departamento para ver qué ocurría.



Llegó cerca de las ocho de la noche y entró con su propio juego de llaves. Allí descubrió que Verónica e Iván había sido asesinados. Sus cuerpos —vestidos con ropa de calle— estaban en la bañadera cubiertos por una frazada.



Adrianela había desaparecido: la nota escrita por Hernández no dejó dudas de que él la tenía. ¿Pero dónde?



Así comenzó la búsqueda. Hernández era un desocupado, que cartoneaba, no tenía acceso a un auto y según conocidos y familiares de Verónica tenía problemas psicológicos serios. No podía ir muy lejos.



"Era un hombre con problemas. Estaba sin trabajo. Con ella era muy posesivo, no dejaba ni que los familiares viéramos a los hijos, ni que les habláramos ni que les regaláramos juguetes", contó a los periodistas Martín Tuma, hermano de Verónica.



Néstor Marchand, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras señaló a Télam que este tipo de crímenes suelen ser cometidos por personas que pasan por un "estado de emoción violenta y psicosis transitoria". El especialista aclaró que no tuvo acceso a la causa, que permaneció por un largo tiempo bajo secreto de sumario.



Todo terminó de la peor manera. "Cerca del mediodía nos avisaron que se había escuchado un ruido, como si alguien se hubiese caído. Descubrimos que el hombre se tiró del octavo piso. Fuimos a la habitación y allí estaba la nena, baleada", resumió a Clarín Carlos Mouzo, gerente del Torre Hotel, de Corrientes y Olleros. En la habitación quedó además la mochilita de la nena y un bolso con algo de ropa.



Allí Hernández concretó la última parte de la masacre. A las 11,30 pidió el desayuno, que no le subieron porque el horario de atención había terminado, después disparó contra su hija cuando estaba dormida cubriéndole la cabeza con una almohada, enfiló hacia la ventana y se tiró.

lunes, 16 de julio de 2012

La primera condenada por las huellas digitales

Aquel lejanísimo 29 de junio de 1892, los gritos de dos criaturas apenas pudieron despabilar la mansedumbre de la tarde. Una cuchilla de cocina atravesó el cuello de Ponciano Caraballo, de 6 años, empujándolo inerme sobre la cama revuelta. Su hermanita Felisa, de cuatro, lloraba a gritos, como lloran los chicos que adivinan la tragedia, sin comprenderla del todo. Ella correría la misma suerte.
La casa- habitación de los Caraballo, en la por entonces pueblerina Necochea, se quedó muda. El rugido del mar, indiferente y perturbador, estaba muy lejos. Iba y venía, como esas tragedias que nunca mueren del todo. Unas horas después llegó el padre de los chicos junto un vecino, Ramón Velázquez. Ponciano Caraballo había abandonado el rancho después de una fuerte pelea con su mujer, Francisca Rojas, pero estaba decidido a llevarse también a sus hijos. Y a eso fue. La puerta estaba trancada por dentro, igual que la ventana. Unas cuantas patadas bastaron para derribarla, como un telón que se corre para develar una escena dantesca: los chicos parecían dormidos, pero sus cuerpitos estaban empapados en la sangre que manaba de los cuellos. Todo era de color rojo: la cama, el piso de barro, las paredes.
Al lado de las víctimas yacía Francisca. Parecía moribunda, pero a diferencia de los nenes, un finísimo río de sangre corría desde la yugular hasta su pecho. Los hombres llamaron a la policía y a los médicos, quienes evaluaron rápidamente a la mujer y llegaron a la conclusión de que lo mejor era que no se moviera hasta que se recuperara del todo.
Pero Francisca no tardó en reaccionar. Y lo primero que hizo fue acusar del doble crimen de sus hijos a su compadre Ramón Velázquez, quien según su versión- también la había atacado a ella con una pala y había intentado degollarla, furioso porque se negó a entregarle a Ponciano y a Felisa, para llevárselos al padre. La historia era incoherente, pero la policía local la creyó. Ese mismo día los agentes fueron a buscarlo al establecimiento de un tal Molina, donde trabajaba, y lo arrestaron. De nada sirvió que el hombre gritara una y otra vez su inocencia, y que la sostuviera en las sesiones de tortura a las que fue sometido para que confesara, e incluso ante los cadáveres de los chicos. Los investigadores estaban convencidos de que Francisca no mentía, hasta que ella misma derribó su versión, traicionada por el odio que le tenía a Velázquez. A caballito de su propia mentira, Francisca volvió a acusarlo desde su lecho de convaleciente, cara a cara y delante de los policías, sólo que de una forma completamente contradictoria a la original.
Cuando el médico que la había revisado en primera instancia pudo examinarla más detenidamente, la historia de Francisca mostró otra grieta: en su cuerpo no había una sola marca de golpes, aunque ella había declarado que Velázquez la castigó con fiereza con una pala. Rojas y el supuesto criminal fueron trasladados en calidad de aprehendidos al pueblo de Necochea. Uno y otra mantuvieron sus versiones, hasta que varios días después del crimen, Francisca confesó. Dijo que “su acusación carecía de fundamentos y que la única autora del hecho era ella, que ofuscada porque su marido la había echado de su lado y le iba a quitar sus hijos había resuelto matarlos, quitándose también ella la vida, pues prefería ver muertos a sus hijos y morir, antes que aquellos fueran a poder de otras personas”, escribió el 12 de julio de 1892 el inspector a cargo de la investigación, Eduardo Alvarez, al entonces jefe de la policía, Guillermo Nunes.
Era muy posible que esa confesión fuera arrancada a fuerza de torturas, tal como denunciaba en la misma misiva el inspector Alvarez, pero las impresiones digitales, que por entonces apenas eran una tímida iniciativa que despertaban más desconfianza que admiración, sirvieron para condenar a Rojas por el doble filicidio.
“Las manchas de sangre que se notaban en la ventana del interior y en la puerta correspondían a una mano chica y no a la del acusado (Velázquez)... A fin de que puedan practicarse las diligencias conducentes a la aplicación o conocimiento de lo que pueda importar el estudio de las impresiones digitales, he traído dos pedazos de madera donde se notan señales de los dedos, y en una tarjeta, las impresiones de los de Ramón Velázquez y la mujer Francisca Rojas”, explicó Alvarez.
¿Amor, odio, locura? En el siglo XIX que agonizaba, el caso conmovió a un país que estaba modelando sus instituciones, su economía y su jurisprudencia.
Francisca Rojas fue la primera persona en el mundo en ser condenada por las huellas digitales.

Las Claves

La escena del crimen estaba cerrada por dentro. Para trancar la puerta utilizaron una pala de puntear que dejó señales en el piso y en la puerta, a la altura del mango.
Las pruebas e indicios que colectó el investigador Eduardo Alvarez. Además de las impresiones digitales en una ventana, la escena del crimen implicaba directamente a la madre de los menores, aunque la primera pesquisa no pudo detectarlo.
El arma era de Francisca Rojas. Según Alvarez, “no es dable creer que a un hombre de campo llegue a faltarle su cuchillo en la cintura y en tal caso, había que buscar el por qué hizo uso de otro, y a ese respecto nada había que lo justificase”.
Según Alvarez, si Velázquez hubiera querido matar a alguien esa persona sería Francisca y no los hijos. “En este caso resultaba lo contrario, pues era ella quien menos había sufrido, puesto que la herida que presentaba no era suficiente para dejarla muerta”.

Investigación versus torturas
La carta que el 12 de julio de 1892 le remite el inspector Alvarez al jefe de la policía no sólo abunda en detalles del crimen y en la calidad de las pruebas colectadas contra Francisca Rojas, sino que denuncia gravísimas torturas en los interrogatorios a los detenidos: “No creo deber silenciar las irregularidades que se han cometido con motivo de este hecho, para arribar a su completo esclarecimiento, pues he podido observar que el señor comisario de Necochea, olvidando por completo las prohibiciones que establece nuestro reglamento, y todo buen sentido, ha incurrido en la grave falta de aplicar castigos morales a la autora del crimen para obtener su declaración, llegando hasta establecer una capilla ardiente, donde colocados los cadáveres de sus dos hijos, fue llevada a deshoras de la noche; único medio que creyó adoptable para conseguir lo que se proponía, sin tener en cuenta que, aparte de faltar abiertamente a su deber, tenía mil otros medios de qué valerse que le hubieran dado el mismo resultado y mucho más en un hecho como éste, cuyas huellas no dejaban duda acerca de quien fuera su autor, o más bien dicho, constituían pruebas abrumadoras que hubieran establecido la verdad, aún ante la negativa de la sospechada”.
Como puede apreciarse, Alvarez integraba el ala progresista de la fuerza, alineada a las investigaciones de comprobación científica de Juan Vucetich.
La conclusión de Alvarez es muy clara: había huellas; la puerta y la ventana del rancho estaban cerradas por dentro; el cuchillo homicida apareció escondido en el techo de paja, encima de la cama; y sobre todo, no había móvil que ligara a Velázquez con el doble homicidio de los chicos: este hombre podía estar furioso con Francisca porque había engañado a su mejor amigo y hasta le había pegado a su esposa, pero jamás hubiera matado a los pequeños, sino a ella.

Fuente: Diario Hoy

viernes, 15 de junio de 2012

Asesinato y violación en GEBA


El 20 de octubre del 2001, comenzó como un día mas en la vida de María Fabiana Gandiaga, cerca del mediodía, la docente, de 37 años, llevó en su Renault 9 gris a su único hijo Julián, una amiga personal llamada Adriana, sus dos hijos y otro nene, hasta la sede central de GEBA, en la calle Presidente Perón 1169 de la Capital Federal debido a que los chicos debían asistir a una competencia de taekwondo en el gimnasio del Club. Todo hasta aquí parecía normal, pero lo que nadie imaginaba que podía pasar, pasó.

Fabiana llevaba una vida tranquila en familia, estaba casada con Andrés Cabana, quien trabajaba en una empresa de medicina prepaga y vivían en un departamento del barrio porteño de Floresta. Aquel fatídico día, por cuestiones laborales, Andrés no asistiría al torneo, pero sin embargo, se mantuvo en contacto por medio del teléfono celular en todo momento con su esposa, tal es así, que entre las 12:00 y las 15:30, hablaron varias veces para ver como iba todo y combinar el encuentro luego del torneo.

En uno de esos llamados Andrés comentó que la había llamado para ver como iba todo, ella le comento que su hijo había salió tercero en las competencias de forma y también dijo que hacía mucho calor en el gimnasio y por eso no se estaba sintiendo bien. "Yo no pude ir porque tenía que trabajar, pero tenía pensado llegar a eso de las cinco de la tarde, que era la hora en que iban a empezar los combates"

Pasadas las 15:30, el telefono de Fabiana ya no sonó, esta situación preocupó a Andrés quien supuso que podría haber algún problema de señal en el gimnasio del club. A pesar de eso, le dejo varios mensajes, pero de todas maneras no obtuvo respuesta. "Le dejé dos mensajes pidiéndole que me llame. A las cinco sonó mi celular y creí que era ella. Pero era el instructor del nene diciéndome que Julián estaba por competir y que mi esposa se había ido a comprar una gaseosa hacía una hora y no había vuelto" comentó Andrés.

Ante la preocupación por el llamado del instructor, Andrés, tomó un taxi en Belgrano y Perú, donde se encontraba trabajando y fue hacia el club lo más rápido que pudo. De inmediato comenzó a buscarla por el interior de GEBA y por las calles adyacentes, sin ningún resultado. Fue entonces que se dirigió a la comisaría 3° para radicar la denuncia de la desaparición de Fabiana. Como todavía no habían pasado 24 horas de la desaparición la denuncia no fue aceptada por el personal de dicha seccional.

Adriana, la amiga de Fabiana que habia viajado con ella hasta GEBA, comentó que a eso de las 16:30 le dijo "me voy a comprar una gaseosa, no me siento bien, creo que me bajó la presión, si empieza el nene, filmalo que yo ya vuelvo" Fabiana y Julian, no eran socios de GEBA, tampoco lo era Adriana, ni sus hijos. Los chicos practicaban taekwondo en el Club Social y Deportivo de Floresta, pero su profesor los había convocado para el torneo a realizarse en el club de la calle Perón. A las 17:15, le toco el turno a Julian, y fue filmado por Adriana, Andrés, el esposo de Fabiana, estaba al tanto de la desaparición y se dirigía al club. A esta altura de los acontecimientos nadie imaginaba lo que realmente estaba pasando, pero el miedo rondaba por las inmediaciones del gimnasio.

Los medios de inmediato hicieron eco de la noticia y se acercaron a GEBA, el soporte de la prensa, mantuvo en vilo a toda la sociedad en ese momento. Andrés, desorientado, repetia en los medios "Le pudo haber pasado cualquier cosa, pero seguro desapareció por la fuerza o tuvo algún trastorno" Pasaban las horas, y no había noticias de Fabiana, la denuncia por la averiguacion de paradero finalmente recayó en el Juzgado de Instrucción N ° 37.
También se recurrió a la Red Solidaria. Andrés, descartaba una desaparición voluntaria "Hace once años que estamos juntos. Nos llevamos muy bien, tenemos nuestras peleas como cualquier pareja, nada más. Pero Fabiana no abandonaría a Julián, ella lo adora"
Ya para esas horas y con la consternación a flor de piel Buenos Aires era empapelada con la imagen de Fabiana, a la vez de que la familia recurrió a solicitadas pagas en los diarios de mayor tirada del país.

Cuarenta y ocho horas después de la desaparición y cuando ya la esperanza empezaba a flaquear un llamado desde el teléfono celular de Fabiana abrió una nueva posibilidad de encontrarla. La llamada fue a una de sus alumnas particulares, la cual estaba en el directorio del celular. En ese llamado, un voz masculina, le pregunto si conocía a una mujer de nombre Fabiana Gandiaga y le dio a entender que la tenían secuestrada y que debían pagar 10.000 u$s, para recuperarla. Le dio una serie de instrucciones que no se llegaron a concretar ya que para ese entonces, la división Delitos complejos de la PFA, tomaba cartas en el asunto.

El viernes 26 de Octubre, casi una semana después de la desaparición, un empleado del sector limpieza de GEBA, recibe un llamado telefónico que venia dirigido desde el mismo celular de Fabiana.
Inmediatamente es detenido Fernando Antúnez, empleado de la empresa Limalux, encargada de la limpieza del club. Antunez, no ofreció resistencia, pero se evidenciaban demasiadas marcas en su rostro y resto del cuerpo, que según sus dichos, eran producto del trabajo. Con semejantes pruebas, como el celular y las evidencias físicas de Antunez, se supuso que podría haber mas personas involucradas, y que el club, necesitaba una exploración mas profunda. Se hizo presente la división perros de la PFA, que cubrieron el edificio en su totalidad. Uno de los perros, los llevo directamente a los sótanos, donde se encontraban una serie de baños abandonados y en reparación. Cuando se procede a la inspección ocular del lugar, los investigadores encuentran manchas de sangre, en los pisos, las paredes y en toallas que estaban dentro de un cesto de basura. También encuentran dentro de un inodoro en deshuso, un par de sandalias que pertenecerían a Fabiana.

Indudablemente estaban ante el lugar del hecho, ante la escena del crimen, aunque aun no había certezas de que allí hubiera pasado sus últimas horas Fabiana. Era un lugar demasiado sombrío, abandonado, y con pistas de un ilícito. Todos estos datos hacían suponer que se estaba cerca de un hallazgo. Detrás de una puerta clausurada, unas escaleras, conducían a un subsuelo mas allá del sótano, allí en el hueco de un viejo ascensor en desuso la macabra escena, el descenlace que nadie esperaba, el cuerpo de Fabiana, cubierto con bolsas de residuos, sin ropas de la cintura para abajo y con claros signos de haber sido violada y golpeada. Por las muestras recogidas en el lugar, se pudo confirmar que Fabiana llego a ese lugar aun con vida y que su muerte databa aproximadamente de unos 5 o 6 días anteriores al hallazgo, osea el mismo día de la desaparición.

La investigación , llevo a comprobar quienes se encontraban en ese sector el día de la desaparición de Fabiana, dando por resultado, dos individuos más, a los que se los detuvo al día siguiente en el gran Buenos Aires.
Carlos Vallejo y Miguel Angel López fueron detenidos, Lopez, era encargado de la sección y según consta en la causa, a la hora del ataque, se encontraba en su oficina. Fernando Antúnez (21) y Carlos Vallejo (21) fueron condenados en el juicio a 21 años de prisión, por el delito de violación seguida de muerte de María Fabiana Gandiaga, mientras que Miguel Angel Lopez (25), fue absuelto.

Andrés Cabana, esposo de Fabiana, al poco tiempo de terminado el juicio, se radico fuera del país, aunque aun su domicilio legal sigue siendo en el barrio de Floresta.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El pacto de la Recoleta

Era la madrugada del viernes 9 de marzo de 1990, la pareja que salió del albergue transitorio caminaba en dirección a la Av. Pueyrredon cuando en hombre de alrededor de un metro y medio, poco mas, poco menos, se abalanza sobre ellos e intenta apoderarse de la cartera de la dama. No se sabe si hubo o no forcejeo, se escucharon varios disparos y la mujer – identificada como Ana María Blassi - que se desplomaba pesadamente sobre la vereda. El hombre que la acompañaba se trenzo en lucha con el atacante y también resultó herido. Minutos después y alertados por el escándalo dos custodios de la embajada del Reino Unido detenían al presunto victimario portando la cartera de la víctima.
Ya en la sede de la policía fue identificado como Juan Martín Colman, un hombre que acababa de salir en libertad después de pasar veintiocho de sus entonces cuarenta y nueve años en prisión. Al ser interrogado por los efectivos policiales conto una increíble historia. Explico que no había sido un robo mas y un homicidio accidental, si no que todo era parte de un pacto con la víctima. “Esa mujer vino a verme hace unos días y me contrató para que los matara. Me dijo que el hombre era un alto oficial de la Marina de Guerra, que le había contagiado el SIDA”, contó Colman.
Según el detenido la mujer estaba furiosa y decía que “como ya tenía la sentencia de muerte firmada se lo iba a llevar con ella”.
El presidiario, inclusive, precisó que el singular pacto se había llevado a cabo merced a los oficios de un intermediario de nombre Aníbal. Colman advirtió en el rostro de los presentes mas asombro que dudas. Y para rematar la increíble historia agregó: “Miren, yo sé que es difícil creer lo que estoy diciendo, pero para que vean que no les miento les voy a dar una prueba de que el pacto existió realmente”. Entonces contó que la mujer los visitó en un bar de la localidad de San Martín, “Los Gonzalo”, anticipándole 200 dólares a cuenta de los dos mil que cobraría por el “trabajo”.
Ana Maria Blassi le dio el lugar y hora de la cita, y agregó en tono sombrío: “Una vez que nos mate a los dos llévese mi cartera, allí encontrara los otros mil ochocientos dólares. De ese modo parecerá un robo y nadie investigará”.
Los policías azorados se miraban entre, la forma en que Colman contaba la historia, por la naturalidad de su voz y sus actitudes el argumento parecía verosímil. La mirada de todos los presentes se dirigió entonces a la cartera de la víctima, la cual descansaba sobre el escritorio. Colman se había fugado aferrado a ella y desde entonces no había tenido siquiera un segundo para detenerse a revisarla.
Allí al alcance de su mano, los policías tenían la prueba para demostrar si Colman estaba inventando una historia delirante o si realmente el pacto de sangre había existido. Abrieron la cartera  y volcaron su contenido sobre el escritorio. Encontraron una peineta, un espejo de mano, caramelos, un estuche con maquillajes y cuando la coartada de Colman empezaba a derrumbarse, dentro de uno de los bolsillos internos de la cartera un fajo de mil ochocientos dólares.
Al poco tiempo se agregaría otra información para ratificar la historia de Colman, el parte médico que trajo el oficial que había acompañado a las victimas hasta el centro asistencial indicaba que el sujeto que había resultado herido era Carlos Di Nucci, Capitán de Corbeta de la Marina.
Hasta aquí los hechos y los datos parecían encajar a la perfección en este misterioso rompecabezas, pero al comisario le quedaban algunas dudas e intento despejarlas. Se acerco al detenido y mirándolo fijamente a los ojos le pregunto: “ ¿Y vos pensabas cargarte un doble homicidio por nada más que dos mil dólares?”. La respuesta de Colman fue inmediata: “Ni loco, tengo la suficiente experiencia como para no cargar sobre mis espaldas un doble homicidio. Yo había planeado salirles al encuentro, asustarlos, robarme la cartera y salir corriendo sin matar a nadie”. Pero claro el marino se le tiro encima “y para colmo ella se aferro a la cartera y no me permitía arrebatársela.
-Vos decis que tiraste al aire dos tiros, pero me informan que la chica recibió dos balazos y el hombre tres. Entonces ¿quién tiró?
-No se pero no fui yo. Es más, mi viejo revolver Doberman tenía en su tambor cinco balas; pero tres de ellas no correspondían a ese calibre y, de haber querido disparar, no habrían salido. Yo llevé el arma para pegarle un susto nada más, no para matar a nadie. Seguramente en ese lugar había alguien más.
Más allá de los mil ochocientos dólares encontrados en la cartera y de la condición de oficial de la Marina de aquel sujeto, aquella noche Colman, también conocido como Tito, demostró no haber mentido en otros aspectos, como se comprobó posteriormente.
•El barcito “Los Gonzalo” existía realmente. Su propietario reconoció que una mujer alta, rubia y de extraordinario parecido con la víctima se había presentado en dos oportunidades, siempre de noche, y había dialogado con Juan Martín Colman, días antes del crimen.
•Las pericias balísticas de la policía demostraron también que el viejo revolver Doberman tenía en su tambor tres balas que no correspondían a ese modelo y calibre.
•Los peritos en rastros hicieron otra comprobación para el asombro: al lado de la cabeza de Blassi encontraron intacta una bala de fusil, modelo Winchester, y conjeturaron que desde la parte más alta del paredón del cementerio de la Recoleta – justo frente al albergue transitorio – una o dos personas pudieron haberles disparado. La dirección y trayectoria de una de las balas recibidas por la mujer y de otra que hirió al marino, así lo indicaban.
•El misterioso Aníbal, mencionado por Colman, comenzó a tener perfiles más definidos con las primeras investigaciones periodísticas. Se trataba de un hombre joven, de no más de veinticinco años, cuyo verdadero nombre era Jaime, quien mandó a un emisario hasta un renombrado estudio de abogados para encomendarles la defensa de Colman.
Si el pacto realmente hubiese existido era necesario e imperioso realizar de forma inmediata un análisis de sangre a las víctimas para ver si realmente tenían HIV. Ana María Blassi falleció a los pocos minutos de haber ingresado a la Clínica del Sol, los resultados de los análisis de ambos fueron contundentes, no estaban infectados. De todas maneras esta circunstancia médica no fue suficiente para derrumbar la teoría esgrimida por Colman. Otros elementos que fueron apareciendo parecían reforzar la hipótesis del pacto. Colman insistía en que la mujer le había anticipado que minutos después de la medianoche del día 8, saldría con su pareja del albergue transitorio. Se comprobó que efectivamente la pareja había entrado al hotel alrededor de las 11:50 p.m., pero no con propósitos amorosos. “Lo que ocurrió fue que Ana se indispuso de golpe; como pasábamos por el hotel, decidió subir para cambiarse una prenda intima” fue la confusa explicación que brindó el marino pero que, por otro parte, no satisfizo a nadie.
Sin embargo, el encargado de turno noche confirmó que la pareja sólo permaneció en el interior del hotel por espacio de doce minutos. “La cama quedó intacta, ni siquiera arrugaron la colcha”, informó a la policía la encargada de limpiar las habitaciones.
Otro dato que llama poderosamente la atención es la trayectoria de uno de los disparos que recibió el marino, uno de los disparos impactó en la pierna y el otro había recorrido toda la espalda desde la nuca hasta la cintura, produciéndole quemaduras en toda su trayectoria sin ingresar en los tejidos. La extraña trayectoria de esa bala estimuló la idea de la existencia de un “tercer hombre” (ya que nunca Colman, un hombre de poca talla, podía haberle disparado ese tiro que llevaba una trayectoria de arriba hacia abajo).
Tanto la defensa de la víctima como la de Colman, sostuvieron enfáticamente en todo momento que otro hombre había disparado contra la pareja, desde el paredón de la Recoleta.
Finalmente, la sala II de la Cámara del Crimen confirmó la prisión preventiva de Colman, dictada por uno de los jueces. Sin embargo, esos mismos magistrados, al confirmar la pena de prisión perpetua, dejaron entrever en su resolución que en las declaraciones del acusado “parecieran vislumbrarse ciertos datos que indicarían un conocimiento de Blassi y Colman”. Además hubo un episodio que debió ser considerado por la justicia: una noche, estando Colman en prisión, entraron en su domicilio al menos cinco desconocidos y la derrumbaron a mazazos en menos de media hora. Sus muebles fueron destrozados y sus pertenecías robadas. Sin embargo, ese episodio ni siquiera fue incluido en la causa. Tampoco se aceptó la exhumación del cuerpo de la victima para verificar cuantos disparos había recibido en realidad aquella madrugada.
El tiempo siguió su curso inexorable. Colman, condenado a la pena de prisión perpetua, fue derivado a distintas unidades penitenciarias del país. A lo largo de sus años, insistió y redobló sus gritos de inocencia. Mientras tanto, los rastros de Di Nucci se pierden en un oscuro viaje a Francia, donde según aseguran algunas fuentes, vive y acaso trata de olvidar y ser olvidado.
Luego de casi una década tras las rejas, Juan Martín Colman, condenado a cadena perpetua por el “crimen de la Recoleta”, insistió en su inocencia. La siguiente es una transcripción de un dialogo con Enrique Sdrech.
-¿Usted piensa que hubo una conspiración en su contra?
-Alguien ha tendido muy bien las redes para impedir que la gente conozco como ocurrieron los hechos.
-¿Existió el pacto de sangre?
-Existió el pacto previo, pero no fue de sangre. Es cierto que días antes del hecho me vino a ver una mujer al barcito de las cinco esquinas, en San Martín, para proponerme un robo. Esa mujer me contó que era pareja de un alto oficial de la Marina de Guerra y que, por circunstancias que no precisó con exactitud, no tenía en su poder una costosísima pulsera de oro y piedras preciosas que él le había regalado.
-¿Cuál fue la propuesta?
-Me dijo que quería blanquear esa ausencia con un hecho que ocurriera delante de su novio, y se le ocurrió que lo mejor era que alguien le robara la cartera donde supuestamente estaría esa alhaja. Ése fue el pacto.
-¿Pero, en su momento, usted habló de un pacto de muerte y de una venganza por haberla contagiado con HIV?
-Se que se hablo de que me habían contratado para que los elimine a ambos, porque eran portadores de SIDA; sé también que se dijo que debido a un repentino arrepentimiento, yo decidí a último momento robarle la cartera y huir sin disparar un solo tiro, y que si tiré lo hice ante la reacción que había tenido su pareja aquella noche. Se dijeron muchas cosas, todas inexactas.
-¿La mujer se identifico con nombre y apellido?
-Me dijo que se llamaba Ana María, y que alrededor de la medianoche saldría con su novio de aquel albergue transitorio. Me contó cómo iba a estar vestida y me dio datos respecto del aspecto físico de su novio. Me dijo también cómo era la cartera que yo debía arrebatarle. Aparentemente, todo había sido planificado con la debida antelación.
-¿No le llamó la atención que lo eligiera a usted sin conocerlo?
-Desde luego que sí. Hubo un contacto de un tercero, un tal Aníbal al que también conocían en el boliche como Jaime. Era lógico que me eligieran para un robo de esas características. Mi vida no ha sido ejemplar.
-¿Cuándo concibió que había sido utilizado para una conjura más refinada y grave?
-Cuando me instalé en el lugar del hecho, al que llegué un poco antes de lo pactado, comenzaron a despertarse dentro de mí algunas dudas. Miré a mi derecha el paredón de la Recoleta; observé la entrada del albergue transitorio, pobremente iluminado, y tuve un presentimiento. Cuando estaba a punto de arrepentirme y abandonar el sitio, pensé en los doscientos dólares que me había dado como adelanto y en los mil ochocientos que encontraría en su cartera y todo lo que podría hacer con todo ese dinero. En eso estaba cuando los vi salir del hotel. El corazón me daba saltos. Les salí al encuentro y le manoteé la cartera, tal como habíamos quedado. Los hechos se precipitaron y ahí mismo tuve la certeza de que había caído en una trampa.
-¿Por qué?
-Comenzaron a sonar tiros antes de que yo intentara apretar el gatillo. Antes de reaccionar vi que la mujer se desplomaba y que el marino que la acompañaba se me venía encima, tirándome golpes en todas las direcciones. Yo sólo atiné a sacarle la cartera, antes de que cayera al suelo, y salí corriendo. Lo demás es conocido.
-Usted dijo haber visto a la mujer en un bar. Pero ese mismo día, a la misma hora, un familiar de Ana María Blassi declaró que estaba en otro lado, muy lejos de allí.
-Y así debe haber sido. Porque cuando yo vi la fotografía de Blassi en los diarios, después de su deceso, me di cuenta de que la mujer que hizo el pacto conmigo era casi idéntica pero no era ella. Es más aún: la que pactó conmigo tenía una casi imperceptible renguera de su pierna izquierda. Eso se lo dije y se lo juré al primer juez de la causa. Y también le dije que aquella noche había un tercer hombre en el lugar, que efectuó los disparos. El juez me recomendó, entonces, declararme culpable ya que en dos años iba a estar afuera. Pero no acepté el trato.
-¿Qué espera ahora?
-Espero que hoy se acuerden de Tito Colman, se acuerden de todo lo que denuncié y nadie quiso escuchar, se acuerden finalmente de que no pido mi libertad, sólo una revisión de causa pero con juicio oral y público, con la presencia de los jueces de instrucción. Si me conceden ese derecho, ya me considero en la calle.
Fuente: Crimenes Famosos, de Enrique Sdrech.


viernes, 20 de enero de 2012

Vuelco en el caso de Nora Dalmasso???

En córdoba circula desde la muerte de Nora Dalmasso un secreto a voces como se suele decir. Desde la noticia del asesinato de Nora, circuló la versión de que su esposo Marcelo Macarrón era el testaferro de José Manuel de la Sota (en ese entonces gobernador de córdoba). Que las valiosas propiedades y campos comprados con dinero producto de coimas y desvío de fondos, fueron puestos a nombre de Marcelo Macarrón, hombre de confianza de Adriana Nazario (actual pareja de José Manual de la Sota), ambos Nazario y Macarrón riocuartenses. La relación de José Manuel de la Sota con su ex-esposa Olga Riutort, se encontrába truncada desde hace ya muchos años, manteniéndose públicamente solo por conveniencia política, ya que Olga Riutort por mérito propio realizó importantes movimientos dentro del peronismo capitalino cordobés. Esta conveniencia surge con motivo que no es extraño para el que quiere enterarse que Olga Riutor es lesbiana, y convive con su pareja. Esta situación nunca pasó desapercibida por la prensa, pero se oculta de la misma manera como ocultaron cuando Ramón Mestre (otro ex-gobernador de córdoba), tuvo un hijo con su secretaria y solo saltó la noticia cuando a su muerte se inició la declaratoria de herederos. Recién allí la prensa se dió por enterada del asunto. No hay peor ciego que el que no quiere ver.   Aca no se trata de juzgar una elección o inclinación sexual de Olga Riutort, pero las cosas hay que decirlas como son, sobre todo cuando sirven de indicio para desenmascarar una red de corrupción. Dada esta situación de pareja con otra mujer de Olga Riutort, José Manuel de la Sota tuvo varias amantes, entre las que se destacó Adriana Nazario, esta fué quien le sugirió a José Manuel de la Sota, armar un testaferro con Marcelo Macarrón. El arreglo político de José Manuel de la Sota con su ex-esposa Olga Riutor, fué que Riutort manejaría el Registro de la Propiedad, y así fué, Olga Riutort tomó posesión del Registro de la Propiedad, designando a sus Directores, personal jerárquico, y empleados, todos fieles a su persona. Como habrá sido el manejo de Olga Riutort del Registro de la Propiedad que incluso trasladó el centro informático del registro de la propiedad a la casa de las tejas (la casa de la gobernación) para tener un control directo sobre los movimientos de la red para realizar todo tipo de delitos y enmascarar de mejor manera la compra de inmuebles de funcionarios politicos por intermedio de testaferros. Así fué como se adulteraron registros, para sacar créditos hipotecarios, o sustituir la titularidad registral de miles de inmuebles de gran valor, para triangular ventas, o proyectos inmobiliarios. Pero la aceitada red de corrupción, no contó con una cosa. Nora Dalmasso le pidió el divorcio a Marcelo Macarrón, exigiéndole el 50% de las propiedades que figuraban a su nombre, incluidas todas aquellas en las que Marcelo Macarrón era testaferro de José Manuel de la Sota. Marcelo Macarrón, intentó hacer entrar en razón a Nora Dalmasso para que no reclamara nada de las propiedades de José Manuel de la Sota, pero ella amenazó con ventilar a los cuatro vientos el modus operandi de la red de corrupción en el registro de la propiedad, y sobre la infinidad de testaferros de políticos. Hoy Nora Dalmasso, está muerta, la causa paralizada, el fiscal se marea en hipótesis pasionales y parece ser que nunca sabremos quien la mató.
2 + 2 es 4, pero para la justicia argentina aparentemente siempre hay cosas que pasar por alto.

Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Flores...