jueves, 13 de noviembre de 2014

El justiciero

Un arranque de furia, un momento de ira, ese segundo en el que la conciencia parece desaparecer para dar lugar a la irracionalidad. Dos balazos certeros que fueron a dar en el blanco buscado. Así, hace veinticuatro años, el ingeniero Horacio Santos quedaba plasmado para siempre en la historia criminal argentina con su acción —novedosa en ese momento— del llamado "justiciero".

Después hubo otros "ingenieros Santos", como sucede cada vez que se conoce un nuevo caso. Pero el episodio que ocurrió el 16 de junio de 1990, unos minutos después de las 11 y media de la mañana fue el que sentó el precedente. E instaló una gran polémica —que nunca termina de cerrarse— sobre la actitud que debe tomar la gente ante los delitos.

El caso dividió las opiniones hasta zonas irreconciliables. Hubo quienes lo llamaron "justiciero" y la palabra quedó como un dudoso símbolo. Otros se ponían en su lugar y aseguraban entenderlo, pero creían exagerado lo que había hecho. Otros, sencillamente, vieron un asesino común en alguien capaz de matar a dos personas por recuperar un objeto robado.

Osvaldo Aguirre, "El Topo", llamado así por sus orejas, tenía 29 años y vivía con su mujer y sus dos hijos, todos juntos en una pieza de un conventillo en la Boca. Tenía antecedentes policiales por robo reiterado y por tráfico y tenencia de drogas, pero había conseguido trabajo como camionero de una carnicería.

Allí conoció a Carlos González, dos años mayor, que cargaba medias reses. "El Pollo" González vivía en una pensión de Avellaneda con su mujer y dos hijas chiquitas. Había tenido algunas causas por hurto y por intento de robo. Un día perdió su trabajo. Lo mismo le pasó a Aguirre, que chocó con el camión.

El 16 de junio del 90 los dos salieron con la Chevy color mostaza de Aguirre —los familiares dijeron después que habían ido a comprar un taxi— y llegaron hasta Pedro Morán al 2800, en Villa Devoto. El ingeniero Santos estaba con su mujer, Norma López, comprando unos zapatos en un galería comercial cuando escuchó la alarma de su Renault Fuego. Salió corriendo y vio que la cupé tenía el vidrio roto. Y que dos hombres se estaban llevando el pasacasete.

Persecución y muerte

Con el Chevy, Aguirre y González aceleraron por Morán. Santos subió a su auto con su mujer y los persiguió durante unas 20 cuadras, hasta la calle Campana. Los alcanzó, les cruzó el coche, y, según contó después, les pidió a gritos que le devolvieran el pasacasete.

Pero algo ocurrió: el ingeniero tomó un revólver calibre 32 que tenía en el auto y disparó. Santos —que desde un tiempo atrás hacía prácticas en el Tiro Federal— fue preciso como el profesional más entrenado. Fueron dos balazos que dieron en la cabeza de los ladrones. Los dos murieron en el acto.

Santos tenía 42 años y había comprado el arma porque, según explicaron entonces sus familiares, temía por su seguridad. El mismo dijo ante la Justicia que estaba harto porque ya le habían robado muchas veces el pasacasete del coche.

En 1994 el ingeniero fue condenado a 12 años de prisión por el crimen de Aguirre y González. Pero el año siguiente la Cámara Penal le redujo la pena a tres años en suspenso: los jueces opinaron que había actuado en un exceso de legítima defensa.

Como Santos quedó libre, el fallo reavivó la polémica sobre el caso. El ingeniero se mudó de casa e intentó hacer una vida normal. Cambió un poco su aspecto —se afeitó la barba con la que aparecía en las fotos que difundió la prensa— y se negó a dar reportajes.

Se ocultó todo lo que pudo y dice que nunca fue a un psicólogo porque no le hizo falta. Asegura que nunca más usó un arma y en la intimidad promete que ya no lo hará. Se mudó de barrio, pero hasta hace un tiempo atrás seguía trabajando en la misma empresa —que se dedica a los montajes industriales—, con los mismos socios. Ahora tiene 66 años y sus cuatro hijos ya son adultos.

1 comentario:

  1. Santos fuè una vìctima de los delincuentes...todos ellos deberìan morir.....

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