Era la madrugada del viernes 9 de marzo de 1990, la pareja que salió del albergue transitorio caminaba en dirección a la Av. Pueyrredon cuando en hombre de alrededor de un metro y medio, poco mas, poco menos, se abalanza sobre ellos e intenta apoderarse de la cartera de la dama. No se sabe si hubo o no forcejeo, se escucharon varios disparos y la mujer – identificada como Ana María Blassi - que se desplomaba pesadamente sobre la vereda. El hombre que la acompañaba se trenzo en lucha con el atacante y también resultó herido. Minutos después y alertados por el escándalo dos custodios de la embajada del Reino Unido detenían al presunto victimario portando la cartera de la víctima.
Ya en la sede de la policía fue identificado como Juan Martín Colman, un hombre que acababa de salir en libertad después de pasar veintiocho de sus entonces cuarenta y nueve años en prisión. Al ser interrogado por los efectivos policiales conto una increíble historia. Explico que no había sido un robo mas y un homicidio accidental, si no que todo era parte de un pacto con la víctima. “Esa mujer vino a verme hace unos días y me contrató para que los matara. Me dijo que el hombre era un alto oficial de la Marina de Guerra, que le había contagiado el SIDA”, contó Colman.
Según el detenido la mujer estaba furiosa y decía que “como ya tenía la sentencia de muerte firmada se lo iba a llevar con ella”.
El presidiario, inclusive, precisó que el singular pacto se había llevado a cabo merced a los oficios de un intermediario de nombre Aníbal. Colman advirtió en el rostro de los presentes mas asombro que dudas. Y para rematar la increíble historia agregó: “Miren, yo sé que es difícil creer lo que estoy diciendo, pero para que vean que no les miento les voy a dar una prueba de que el pacto existió realmente”. Entonces contó que la mujer los visitó en un bar de la localidad de San Martín, “Los Gonzalo”, anticipándole 200 dólares a cuenta de los dos mil que cobraría por el “trabajo”.
Ana Maria Blassi le dio el lugar y hora de la cita, y agregó en tono sombrío: “Una vez que nos mate a los dos llévese mi cartera, allí encontrara los otros mil ochocientos dólares. De ese modo parecerá un robo y nadie investigará”.
Los policías azorados se miraban entre, la forma en que Colman contaba la historia, por la naturalidad de su voz y sus actitudes el argumento parecía verosímil. La mirada de todos los presentes se dirigió entonces a la cartera de la víctima, la cual descansaba sobre el escritorio. Colman se había fugado aferrado a ella y desde entonces no había tenido siquiera un segundo para detenerse a revisarla.
Allí al alcance de su mano, los policías tenían la prueba para demostrar si Colman estaba inventando una historia delirante o si realmente el pacto de sangre había existido. Abrieron la cartera y volcaron su contenido sobre el escritorio. Encontraron una peineta, un espejo de mano, caramelos, un estuche con maquillajes y cuando la coartada de Colman empezaba a derrumbarse, dentro de uno de los bolsillos internos de la cartera un fajo de mil ochocientos dólares.
Al poco tiempo se agregaría otra información para ratificar la historia de Colman, el parte médico que trajo el oficial que había acompañado a las victimas hasta el centro asistencial indicaba que el sujeto que había resultado herido era Carlos Di Nucci, Capitán de Corbeta de la Marina.
Hasta aquí los hechos y los datos parecían encajar a la perfección en este misterioso rompecabezas, pero al comisario le quedaban algunas dudas e intento despejarlas. Se acerco al detenido y mirándolo fijamente a los ojos le pregunto: “ ¿Y vos pensabas cargarte un doble homicidio por nada más que dos mil dólares?”. La respuesta de Colman fue inmediata: “Ni loco, tengo la suficiente experiencia como para no cargar sobre mis espaldas un doble homicidio. Yo había planeado salirles al encuentro, asustarlos, robarme la cartera y salir corriendo sin matar a nadie”. Pero claro el marino se le tiro encima “y para colmo ella se aferro a la cartera y no me permitía arrebatársela.
-Vos decis que tiraste al aire dos tiros, pero me informan que la chica recibió dos balazos y el hombre tres. Entonces ¿quién tiró?
-No se pero no fui yo. Es más, mi viejo revolver Doberman tenía en su tambor cinco balas; pero tres de ellas no correspondían a ese calibre y, de haber querido disparar, no habrían salido. Yo llevé el arma para pegarle un susto nada más, no para matar a nadie. Seguramente en ese lugar había alguien más.
Más allá de los mil ochocientos dólares encontrados en la cartera y de la condición de oficial de la Marina de aquel sujeto, aquella noche Colman, también conocido como Tito, demostró no haber mentido en otros aspectos, como se comprobó posteriormente.
•El barcito “Los Gonzalo” existía realmente. Su propietario reconoció que una mujer alta, rubia y de extraordinario parecido con la víctima se había presentado en dos oportunidades, siempre de noche, y había dialogado con Juan Martín Colman, días antes del crimen.
•Las pericias balísticas de la policía demostraron también que el viejo revolver Doberman tenía en su tambor tres balas que no correspondían a ese modelo y calibre.
•Los peritos en rastros hicieron otra comprobación para el asombro: al lado de la cabeza de Blassi encontraron intacta una bala de fusil, modelo Winchester, y conjeturaron que desde la parte más alta del paredón del cementerio de la Recoleta – justo frente al albergue transitorio – una o dos personas pudieron haberles disparado. La dirección y trayectoria de una de las balas recibidas por la mujer y de otra que hirió al marino, así lo indicaban.
•El misterioso Aníbal, mencionado por Colman, comenzó a tener perfiles más definidos con las primeras investigaciones periodísticas. Se trataba de un hombre joven, de no más de veinticinco años, cuyo verdadero nombre era Jaime, quien mandó a un emisario hasta un renombrado estudio de abogados para encomendarles la defensa de Colman.
Si el pacto realmente hubiese existido era necesario e imperioso realizar de forma inmediata un análisis de sangre a las víctimas para ver si realmente tenían HIV. Ana María Blassi falleció a los pocos minutos de haber ingresado a la Clínica del Sol, los resultados de los análisis de ambos fueron contundentes, no estaban infectados. De todas maneras esta circunstancia médica no fue suficiente para derrumbar la teoría esgrimida por Colman. Otros elementos que fueron apareciendo parecían reforzar la hipótesis del pacto. Colman insistía en que la mujer le había anticipado que minutos después de la medianoche del día 8, saldría con su pareja del albergue transitorio. Se comprobó que efectivamente la pareja había entrado al hotel alrededor de las 11:50 p.m., pero no con propósitos amorosos. “Lo que ocurrió fue que Ana se indispuso de golpe; como pasábamos por el hotel, decidió subir para cambiarse una prenda intima” fue la confusa explicación que brindó el marino pero que, por otro parte, no satisfizo a nadie.
Sin embargo, el encargado de turno noche confirmó que la pareja sólo permaneció en el interior del hotel por espacio de doce minutos. “La cama quedó intacta, ni siquiera arrugaron la colcha”, informó a la policía la encargada de limpiar las habitaciones.
Otro dato que llama poderosamente la atención es la trayectoria de uno de los disparos que recibió el marino, uno de los disparos impactó en la pierna y el otro había recorrido toda la espalda desde la nuca hasta la cintura, produciéndole quemaduras en toda su trayectoria sin ingresar en los tejidos. La extraña trayectoria de esa bala estimuló la idea de la existencia de un “tercer hombre” (ya que nunca Colman, un hombre de poca talla, podía haberle disparado ese tiro que llevaba una trayectoria de arriba hacia abajo).
Tanto la defensa de la víctima como la de Colman, sostuvieron enfáticamente en todo momento que otro hombre había disparado contra la pareja, desde el paredón de la Recoleta.
Finalmente, la sala II de la Cámara del Crimen confirmó la prisión preventiva de Colman, dictada por uno de los jueces. Sin embargo, esos mismos magistrados, al confirmar la pena de prisión perpetua, dejaron entrever en su resolución que en las declaraciones del acusado “parecieran vislumbrarse ciertos datos que indicarían un conocimiento de Blassi y Colman”. Además hubo un episodio que debió ser considerado por la justicia: una noche, estando Colman en prisión, entraron en su domicilio al menos cinco desconocidos y la derrumbaron a mazazos en menos de media hora. Sus muebles fueron destrozados y sus pertenecías robadas. Sin embargo, ese episodio ni siquiera fue incluido en la causa. Tampoco se aceptó la exhumación del cuerpo de la victima para verificar cuantos disparos había recibido en realidad aquella madrugada.
El tiempo siguió su curso inexorable. Colman, condenado a la pena de prisión perpetua, fue derivado a distintas unidades penitenciarias del país. A lo largo de sus años, insistió y redobló sus gritos de inocencia. Mientras tanto, los rastros de Di Nucci se pierden en un oscuro viaje a Francia, donde según aseguran algunas fuentes, vive y acaso trata de olvidar y ser olvidado.
Luego de casi una década tras las rejas, Juan Martín Colman, condenado a cadena perpetua por el “crimen de la Recoleta”, insistió en su inocencia. La siguiente es una transcripción de un dialogo con Enrique Sdrech.
-¿Usted piensa que hubo una conspiración en su contra?
-Alguien ha tendido muy bien las redes para impedir que la gente conozco como ocurrieron los hechos.
-¿Existió el pacto de sangre?
-Existió el pacto previo, pero no fue de sangre. Es cierto que días antes del hecho me vino a ver una mujer al barcito de las cinco esquinas, en San Martín, para proponerme un robo. Esa mujer me contó que era pareja de un alto oficial de la Marina de Guerra y que, por circunstancias que no precisó con exactitud, no tenía en su poder una costosísima pulsera de oro y piedras preciosas que él le había regalado.
-¿Cuál fue la propuesta?
-Me dijo que quería blanquear esa ausencia con un hecho que ocurriera delante de su novio, y se le ocurrió que lo mejor era que alguien le robara la cartera donde supuestamente estaría esa alhaja. Ése fue el pacto.
-¿Pero, en su momento, usted habló de un pacto de muerte y de una venganza por haberla contagiado con HIV?
-Se que se hablo de que me habían contratado para que los elimine a ambos, porque eran portadores de SIDA; sé también que se dijo que debido a un repentino arrepentimiento, yo decidí a último momento robarle la cartera y huir sin disparar un solo tiro, y que si tiré lo hice ante la reacción que había tenido su pareja aquella noche. Se dijeron muchas cosas, todas inexactas.
-¿La mujer se identifico con nombre y apellido?
-Me dijo que se llamaba Ana María, y que alrededor de la medianoche saldría con su novio de aquel albergue transitorio. Me contó cómo iba a estar vestida y me dio datos respecto del aspecto físico de su novio. Me dijo también cómo era la cartera que yo debía arrebatarle. Aparentemente, todo había sido planificado con la debida antelación.
-¿No le llamó la atención que lo eligiera a usted sin conocerlo?
-Desde luego que sí. Hubo un contacto de un tercero, un tal Aníbal al que también conocían en el boliche como Jaime. Era lógico que me eligieran para un robo de esas características. Mi vida no ha sido ejemplar.
-¿Cuándo concibió que había sido utilizado para una conjura más refinada y grave?
-Cuando me instalé en el lugar del hecho, al que llegué un poco antes de lo pactado, comenzaron a despertarse dentro de mí algunas dudas. Miré a mi derecha el paredón de la Recoleta; observé la entrada del albergue transitorio, pobremente iluminado, y tuve un presentimiento. Cuando estaba a punto de arrepentirme y abandonar el sitio, pensé en los doscientos dólares que me había dado como adelanto y en los mil ochocientos que encontraría en su cartera y todo lo que podría hacer con todo ese dinero. En eso estaba cuando los vi salir del hotel. El corazón me daba saltos. Les salí al encuentro y le manoteé la cartera, tal como habíamos quedado. Los hechos se precipitaron y ahí mismo tuve la certeza de que había caído en una trampa.
-¿Por qué?
-Comenzaron a sonar tiros antes de que yo intentara apretar el gatillo. Antes de reaccionar vi que la mujer se desplomaba y que el marino que la acompañaba se me venía encima, tirándome golpes en todas las direcciones. Yo sólo atiné a sacarle la cartera, antes de que cayera al suelo, y salí corriendo. Lo demás es conocido.
-Usted dijo haber visto a la mujer en un bar. Pero ese mismo día, a la misma hora, un familiar de Ana María Blassi declaró que estaba en otro lado, muy lejos de allí.
-Y así debe haber sido. Porque cuando yo vi la fotografía de Blassi en los diarios, después de su deceso, me di cuenta de que la mujer que hizo el pacto conmigo era casi idéntica pero no era ella. Es más aún: la que pactó conmigo tenía una casi imperceptible renguera de su pierna izquierda. Eso se lo dije y se lo juré al primer juez de la causa. Y también le dije que aquella noche había un tercer hombre en el lugar, que efectuó los disparos. El juez me recomendó, entonces, declararme culpable ya que en dos años iba a estar afuera. Pero no acepté el trato.
-¿Qué espera ahora?
-Espero que hoy se acuerden de Tito Colman, se acuerden de todo lo que denuncié y nadie quiso escuchar, se acuerden finalmente de que no pido mi libertad, sólo una revisión de causa pero con juicio oral y público, con la presencia de los jueces de instrucción. Si me conceden ese derecho, ya me considero en la calle.
Fuente: Crimenes Famosos, de Enrique Sdrech.