lunes, 27 de julio de 2009

Llamados del mas allá

Otro frío invierno en Valeria del Mar, la casa de vacaciones estaba ya terminada y la nueva familia vecina del lugar se había instalado unos días allí para supervisar los últimos detalles, corría el mes de agosto y todos los pobladores del lugar buscaban incesantemente a los hermanitos Mondaque quienes habían desaparecido hacía dos meses atrás.
Los nuevos vecinos siempre se mantuvieron al margen de la búsqueda y los encuentros que día por medio se hacían en la casa de los padres de los chiquitos desaparecidos.
La tarde que se marchaban algo muy extraño sucedió, "cuando estaban punto de emprender el retorno y ya habían puesto el auto en marcha el padre se molesto con su pequeña hija porque esta seguía parada, como extraviada frente una heladera familiar en desuso y abandonada en un terreno baldío" contó el comisario inspector Germán Gomez, jefe de la seccional Pinamar. El hombre mando a su hijo para que la llamara y subiera al auto, el pibe volvió solo y con una inquietante respuesta. Les dijo que su hermanita no quería volver porque los chicos que estaban dentro de la heladera no querían jugar con ella.
Tres días después la policía abrió la puerta de aquella heladera y el espanto se hizo presente una vez mas.
El 17 de junio de 1984 era otro día frió, los hermanitos Roberto (8) y Fernando Mondaque (7) desaparecieron de la humilde vivienda que ocupaban con sus padres. Los vecinos contaron que los chicos se encontraban jugando en la puerta de la casa cuando por allí paso un caballo blanco al que empezaron a perseguir para enlazarlo en otra típica travesura infantil, nunca regresaron. Al caer la noche los padres empezaron a intranquilizarse, los hermanitos solían irse de la casa pero nunca tanto tiempo.
A partir de ese día comenzaron a formase grupos que con linternas y hasta con antorchas no paraban de rastrillar el lugar día y noche en una intensa búsqueda que abarco 150 km. cuadrados y donde hasta las cuevas naturales de la zona fueron objeto de una prolija pesquisa. Con el apoyo de casi todo el personal de la seccional Pinamar se organizaron numerosas partidas con la colaboración también de baqueanos de la zona, bomberos y vecinos. No se dejo un lugar sin remover, se utilizaron caballos, helicópteros y maquinaria municipal para revolver médanos. Cientos de afiche con el rostro de los niños empapelaron todo el lugar.
Para sorpresa de todos cuando se cumplieron dos meses de la desaparición aparece en escena un personaje poco común en estos casos, un parapsicologo de la zona famoso por sus reiterados aciertos en casos de difícil resolución, creer o reventar.
"No busquen mas , detengan todos los rastrillajes" anuncio ante la sopresa de todos, "los niños no se encuentran a mas de cincuenta metros de su casa, eso es todo lo que percibo".
Al día siguiente en el interior de una vieja heladera en desuso, abandonada a unos metros de la casa de lo Mondaque aparecieron los cuerpos de los hermanitos.
Los peritajes forenses arrojaron que al momento del hallazgo, los niños llevaban diez días muertos y que habían sido sometidos a feroces castigos y reiteradas violaciones.
Hubo dos detenidos, un albañil de 45 años que fue liberado rápidamente por falta de merito y un joven de 19 años también albañil que fue declarado insano e inumputable por los psiquiatras del instituto de Melchor Romero.
Hoy a 25 años del caso los padres de los chicos y los vecinos siguen reclamando un juicio que nunca fue y que quizás nunca llegue.

Fuente: Crímenes famosos de E. Sdrech

jueves, 23 de julio de 2009

El asesinato del padre Carlos Mugica

El padre Carlos Mugica fue un paradigma de su tiempo, a la vez que una contradicción en sí mismo. Hijo de una familia de clase alta, ofrendó su vida por los más humildes, incluso conociendo de antemano que ésa era una posibilidad demasiado cercana.
Para servirles, renunció a una prometedora carrera en el seno de la iglesia, que podría haberlo llevado a las más altas jerarquías, ya que era un hombre de brillante inteligencia. Pero eso no era todo: era un cura peronista que trabajaba en el Barrio Comunicaciones, hoy Villa 31. Vivió sin miedo y sin pedir nada para sí mismo. Lo asesinó un matón a sueldo, en el que algunos creyeron reconocer al comisario de la Policía Federal Rodolfo Almirón.
Después de muchos años, para desmentir a sus asesinos, Mugica sigue siendo recordado como lo que fue: un cura como los que prefería otro mártir de aquellos tiempos, el "Chacho" Angelelli: "con una oreja en el Evangelio y la otra en el pueblo".El que luego sería el padre Carlos Mugica nació en Buenos Aires el 7 de Octubre de 1930, en el seno de una familia de clase alta. Su padre, Adolfo Mugica, fue diputado conservador entre 1938 y 1942 y posteriormente, en 1961, Ministro de Relaciones Exteriores, durante la presidencia de Arturo Frondizi. Por otra parte su madre, Carmen Echagüe, pertenecía a una familia de ricos estancieros bonaerenses.
En 1949 comenzó la carrera de derecho -de la que cursó sólo dos años- en la Universidad de Buenos Aires. En 1950 viajó con varios sacerdotes y con su amigo Alejandro Mayol a Europa, donde comenzó a madurar su vocación sacerdotal. En Marzo de 1952, a los 21 años ingresó al seminario para iniciar su carrera sacerdotal. Finalmente se ordenó como sacerdote en 1959, pocos años después de haber participado -según sus propias palabras- "del júbilo orgiástico de la oligarquía por la caída de Perón". Pero Mugica también sabía reconocer sus contradicciones. Relataba que en una ocasión, caminando por un pasillo oscuro de un conventillo, vio una leyenda escrita en la pared que lo conmovió profundamente: "Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos". Los cuervos eran los curas. Quizás en ese momento supo que si permanecía en el lugar de siempre, seguiría estando en la vereda de enfrente de la gente humilde.Después de ordenarse, sirvió en la diócesis de Reconquista y luego colaboró con el cardenal primado de Argentina, Antonio Caggiano, en lo que parecía ser el comienzo de una prometedora carrera eclesiástica. Pero ya en sus primeros destinos como sacerdote tuvo problemas. El propio Mugica recordaba uno de sus primeros tropezones con humor: "Creo que la misión del sacerdote es evangelizar a los pobres... e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento en que los ricos no quieren que se les predique más, como sucedió en el Socorro cuando me echaron las señoras gordas que le fueron a decir al párroco que yo hacía política en la misa".
Años después, en 1966, se encontró en una misión en Santa Fe, a los que serían luego los fundadores de la organización Montoneros Carlos Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich, a los que ya conocía de cuando estaba destinado en la pastoral para los jóvenes en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Esta relación los influenció a todos ellos y les sirvió para tomar por el hasta entonces impensado camino de la lucha y del compromiso con los sectores más humildes de la sociedad.Su encendida y pública defensa del peronismo, como asimismo la frecuencia con que en sus discursos citaba al Che Guevara, a Mao y a Camilo Torres y otros, le trajeron al padre Carlos abiertos, y cada vez más frecuentes, choques con el arzobispo Juan Carlos Aramburu.
En los tiempos en los que nacía la dictadura militar que encabezó el malhadado General Juan Carlos Onganía, durante la cual se agudizarían hasta límites intolerables las contradicciones entre el Ejército y el pueblo argentino; entre los intereses de la Patria y los del imperio; entre una Iglesia cómplice de la dictadura y los sacerdotes que, sin grandilocuencia pero con firmeza, buscaban, como Camilo Torres, el camino de la liberación, encontró Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe -tal su nombre completo de "niño bien"- su destino. El año 1968 fue decisivo en la vida del padre Mugica. Viajó a Francia para estudiar Epistemología y Comunicación Social; profundizó su amistad con el padre Rolando Concatti -uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo- y viajó a Madrid, donde conoció al General Juan Domingo Perón.Estando en París se enteró de la fundación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Inmediatamente, con la presteza de los que saben que han encontrado su destino, adhirió a él. También comenzó a colaborar con el Equipo Intervillas que creó en ese año decisivo el padre Jorge Goñi.Al volver de la capital francesa se encontró con que el padre Julio Triviño -un cura situado ideológicamente en sus antípodas- lo había reemplazado como capellán de las monjas del Colegio Malinkrodt. Claro que el cambio que habían decidido las monjas no era inocente ni casual. Triviño, un conspicuo representante de la línea conservadora de la iglesia argentina era también, para que no estuviera ausente la coherencia, capellán castrense.
El destino comenzaba a alcanzar a Mugica. Los padres asuncionistas, que estaban a cargo de la parroquia de San Martín de Tours -otra de las iglesias en las que se refugiaban los ideólogos de todas las dictaduras pasadas y futuras-, habían decidido abrir una capilla en la villa de Retiro y le ofrecieron al joven sacerdote que se hiciera cargo de ese trabajo, que aceptó alborozadamente. Lejos estaba ya Mugica de aquel joven sacerdote de buena cuna que hollaba los pasillos de la Curia, y que daba los primeros pasos de una brillante carrera eclesiástica. De habérselo propuesto, posiblemente hoy existiría en la nómina de la iglesia algún obispo o cardenal llamado Carlos Mugica, que entregaría su anillo a los fieles para ser besado y que luego pontificarían contra el peronismo. En el Barrio Comunicaciones levantó la parroquia Cristo Obrero, en la que ejerció su compromiso hasta el día de su asesinato. Al mismo tiempo, colaboraba con su gran amigo, el padre Jorge Vernazza, como vicario de la parroquia San Francisco Solano. También por esos tiempos su poderosa intelectualidad se convirtió en faro desde la cátedra de Teología en la Universidad de El Salvador y desde las que dictaba en las facultades de Ciencias Económicas, de Derecho y de Ciencias Políticas.
El compromiso con los pobres que asumió el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, entretanto, chocaba de frente con la prohibición estricta de manifestarse políticamente, decidida por el arzobispo coadjutor de Buenos Aires, Juan Carlos Aramburu, decidido más que nunca a mantener a la iglesia alineada con el poder. Por supuesto que Aramburu jamás se opuso a las efusiones ideológicas de los curas que tomaban el té en las mansiones de San Isidro o de Barrio Norte, incluido él mismo. Desde su retiro, el antiguo prelado amigo del poder ve pasar sus días en una opulenta mansión de la calle La Pampa, cercana a las de sus amigos de la Avenida Melián, ostentadores de una riqueza que habita muy lejos de la gente que fue el motivo de los desvelos del padre Mugica.Pero aquellos años exigían definiciones. La violencia que ejercía la dictadura se tornaba más indecente a medida que su poder era cuestionado con más decisión por las organizaciones populares, que tampoco desistían de utilizar la violencia revolucionaria. Uno de los amigos más cercanos de Mugica, el padre Alberto Carbone, fue encarcelado tras la muerte del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu a manos de la organización peronista Montoneros.
La apasionada defensa de su amigo, su antigua cercanía con los fundadores de la mítica organización guerrillera y su actitud frente a la violencia popular que, al negarse a condenarla, la dictadura consideró "poco clara", provocaron también su encarcelamiento. Los periódicos La Razón y La Nueva Provincia cuestionaron con dureza a Mugica por su "justificación de la violencia que se ha desatado en el país". Claro, que para esos personeros de oscuros intereses no habían existido ni la Semana Trágica, ni los bombardeos de Plaza de Mayo, ni la furiosa represión del Plan Conintes, ni nada. La violencia la habían desatado -en su particular concepción- los peronistas, que hasta ese tiempo sólo habían sufrido represión, humillación y muerte. Las homilías del padre Mugica y de todos los sacerdotes del MSTM eran grabadas por los servicios, colocándolos casi en una situación de blancos móviles. Aramburu -el arzobispo- le propuso varias veces a Mugica que abandonara el sacerdocio. Mugica rechazó el ofrecimiento, aunque esta situación lo angustiaba fuertemente. "Espero, en Dios, no verme forzado jamás a abandonar el sacerdocio, aunque deba resistir infinitas presiones", definió alguna vez, con la claridad de siempre.Tras la asunción del gobierno popular, el 25 de Mayo de 1973, Mugica aceptó un cargo -no rentado- de asesor del Ministerio de Bienestar Social, aunque luego se desvinculó de él por sus discrepancias con el Ministro José López Rega, que luego tendría el dudoso honor de ser el fundador de la no menos dudosamente célebre "Triple A". La explicación de Mugica fue sabiamente sencilla: "no había comunicación entre el ministerio y los villeros".De todos modos, comenzaron a tomar cuerpo otras preocupaciones para el sacerdote: una noche, ante algunos colaboradores del Barrio Comunicaciones, manifestó que "López Rega me va a matar". Pero por esos días le había dicho a un periodista que "no tengo miedo de morir. De lo único que tengo miedo es de que el arzobispo me eche de la Iglesia".
En 1974 apareció el disco "Misa para el Tercer Mundo", en el que el Grupo Vocal Argentino cantaba -sobre textos escritos por el propio Mugica- ritmos argentinos, africanos y asiáticos. Como premio, tiempo después, un hombre poco afecto al arte y a la generosidad, el Ministro del Interior de Isabel Perón Alfredo Rocamora, mandó destruir miles de ejemplares de esa obra.Las amenazas de muerte se multiplicaban sobre la humanidad de Mugica. La revista seudoperonista, El Caudillo, se preguntaba -con una sorna no exenta de estupidez- si "está al servicio de los pobres o tiene a los pobres a su servicio", a la vez que lo acusaba -con la misma supina estupidez- de "bolche". El 11 de Mayo de 1974, el padre Carlos Mugica cumplió con algunas de sus rutinas habituales. A las ocho y cuarto de la noche, después de celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano -situada en la calle Zelada 4771, en el barrio de Villa Luro-, se disponía a subir a su humilde Renault 4-L, cuando un triste personaje -en el que algunos testigos creyeron reconocer al comisario Rodolfo Eduardo Almirón, el jefe de la "Triple A" lopezreguista- bajó de un auto y le pegó cinco tiros en el abdomen y en el pulmón. El tiro de gracia se lo dio en la espalda. Una manera infame de acabar con la vida de un hombre digno, que siempre respetó antes que nada su mandato interior, ese que nacía de su pueblo y que se prolongaba luego en su propia voz.El sacerdote fue enterrado posteriormente en el cementerio de Recoleta, hasta que en 1999, en un acto de justicia, sus restos fueron trasladados a la Parroquia Cristo Obrero, en el Barrio Comunicaciones, donde amó y fue amado sin condiciones, que hoy es conocido como la Villa 31.
Desde entonces, Mugica, para contradecir a sus asesinos, habita en un territorio del que jamás será desalojado: el corazón de su pueblo. Un lugar que comparte con muy pocos, entre los que pueden contarse sus amados Juan Domingo Perón, la abanderada de los humildes, Evita y el también mártir obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli.
Fuente: elinformante.com

lunes, 13 de julio de 2009

La Dra. Giubileo

Otro gran misterio de la historia policial argentina es el caso de la Dra. Cecilia Enriqueta Giubileo, quien desapareció la medianoche del 16 de junio de 1985 y nunca mas se supo de ella.
La Dra. Giubileo trabajaba desde 1977 en la colonia neuropsiquiatrita Montes de Oca, en Torres, partido de Lujan, tenia 39 años.
Nació en 1946. Estudió medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, en los trepidantes años sesenta. Militó en la izquierda, participó en huelgas y movilizaciones. El Cordobazo, en 1969, la vio entre los estudiantes que gritaban consignas en las calles de La Docta.
Cecilia se enamoró de un muchacho llamado Pablo Chabrol. En 1972 se casaron y se fueron a vivir a España; se radicaron en Gijón, donde Cecilia trató de revalidar sus estudios. Pero el intento duró poco. Menos de un año. El matrimonio fracasó. Ella volvió y, ya definitivamente separada, se concentró en la facultad.
En 1973, la Universidad Nacional de Córdoba le entregó su diploma de médica. Residió un tiempo en Campana, donde se empleó en una clínica metalúrgica, y en 1974, cuando entró a trabajar en Open Door, se afincó en Luján. Alquiló una casa en la calle Humberto I, y un consultorio en Torres. Aquí, una placa en la calle Calderón de la Barca 770 anunciaba su nombre y su especialidad: "Clínica médica".
La mañana del 17 comenzó como cualquier otra, en el estacionamiento, aún estaba el Renault de la doctora Giubileo. Fueron a buscarla, pero el dormitorio estaba vacío y la cama, sin tender. En la mesa de luz sólo encontraron un par de zapatos marrones con puntera beige. No estaba su bolso ni su maletín médico. ¿Salió del predio? ¿Alguien entró a visitarla?
Al cabo de unos días, los amigos y allegados de Cecilia, alarmados, hicieron la denuncia en la comisaría de Torres, donde quedó asentada como "búsqueda de paradero". La policía comenzó a reconstruir los movimientos de la doctora durante aquella noche. Pero todo terminaba cuando la doctora le había dicho al paciente que la había acompañado desde el pabellón 7 hasta la Casa Médica: "Andá tranquilo. Yo voy a descansar un rato".
Luego no se la vio más. No pasó nada extraño entre la noche del domingo 16 y el lunes 17 de junio de 1985 en la Colonia Open Door. Sin embargo, la doctora Giubileo se había esfumado.
Comenzó la lenta y penosa investigación sobre el paradero de Cecilia Giubileo, conducida por el juez federal doctor Héctor Heredia. De pronto, ante los ojos asombrados de los internos, la colonia fue invadida por inesperados visitantes. Jaurías de perros adiestrados husmearon los rincones. Un helicóptero sobrevoló el lugar buscando huellas. La policía se internó en túneles jamás explorados. Se revisaron sótanos y altillos con polvo de siglos. Las brigadas rastrillaron cada centímetro del predio. Se abrieron dos pabellones clausurados.
La familia de Cecilia, para activar la causa, contrató a un abogado, el doctor Marcelo Parrilli, quien señaló un dato extraño: la doctora había cargado el tanque del Renault el domingo por la tarde. Sin embargo, cuando lo revisaron frente a la Casa Médica, no tenía ni una gota de nafta. Otro dato llamativo: el paciente que fue a buscar a la doctora a la Casa Médica y la acompañó al pabellón 7 había visto salir un furgón funerario. Lógico: se llevaba el cuerpo de la paciente muerta. Pero también vio un coche negro con las ventanillas delanteras y traseras cerradas. Y la funeraria no sabía nada de ese coche.

El personal de la colonia fue interrogado minuciosamente. Pero los pacientes, esos mil doscientos pares de ojos, eran testigos mudos: muchos de ellos no podían expresarse. Y si lo hacían, ¿se podía confiar en la palabra de esos enfermos? El caso Giubileo encerró una paradoja: los que podían hablar, no sabían. Los que, quizá, supieran algo, no podían hablar.
Las conjeturas sobre su desaparición fueron infinitas. Se dijo que había descubierto una red que se dedicaba al tráfico de órganos y que, por eso, la habían secuestrado y asesinado. Que había sido víctima de la venganza de un grupo de tareas de los terribles 70 o de una organización subversiva.
También se aseguró que se había exiliado en un pueblo limítrofe entre Ecuador y Colombia porque se había convertido en miembro de una secta religiosa. Y, por último, que mantenía relaciones con mujeres y practicaba ciencias esotéricas.
Nada de esto se pudo comprobar y el caso termino impune.
Nunca hubo una sola pista firme para encontrarla. Sí infinidad de preguntas sin responder. El director de la Colonia, Francisco Elías Sánchez, no hizo la denuncia policial por la desaparición de la médica. En cambio, inició un sumario administrativo por el abandono de la guardia. La Casa Médica fue el último lugar en donde se la vio a Giubileo, allí descansaban quienes estaban de guardia. Al otro día de su desaparición (un lunes), en el lugar comenzaron tareas de refacción y pintura de las habitaciones. Muchas pruebas se perdieron para siempre. La hoja del cuaderno donde constaba el último ingreso de la médica a la Colonia fue arrancada. Se robaron una libreta, carpetas y una grabación de la casa de Giubileo. Según sus amigas, eran las pruebas de las sospechosas muertes de los pacientes. Durante la investigación, grupos de encapuchados golpearon e intentaron secuestrar a varios de sus amigos y colegas de la colonia. Entre ellas las enfermeras "Chichita" Realini y Mabel Tenca, las últimas personas que la vieron con vida.
Se hurgó en la vida sentimental de la médica, lógicamente agitada por tratarse de una mujer joven, hermosa y libre. Pero todos los involucrados soportaron la investigación sin que pudiera acusarse a nadie.
¿Tenía que ver el pasado tormentoso del país con la desaparición de la doctora Giubileo? Se especuló con ello. Pablo Chabrol, su ex marido, no registraba antecedentes políticos, pero dos hermanos de él habían militado en el ERP y estaban en las listas de desaparecidos de la Conadep. El suegro, Pablo Pedro Chabrol, molestó a los militares con sus incansables gestiones para averiguar el paradero de sus dos hijos, por lo que también él fue detenido y castigado.
Pero la conexión política no avanzó porque no pudo hallarse una relación entre estos sucesos y la misteriosa desaparición de Giubileo.
Poco a poco, el verdadero rostro de Open Door salió a relucir: había tráfico de órganos, se utilizaban enfermos como cobayos para experimentar nuevas drogas. La corrupción reinaba en un hospital en el que el 85% de los pacientes no habían sido visitados por nadie durante el último año, la desorganización, el caos administrativo y la desidia hacían de Open Door un depósito de cobayos. Las evidencias eran abrumadoras: cuando se renovó el mobiliario se sobrefacturó la compra. Miles de pacientes habían pasado por la colonia sin que se registrara su alta o defunción. En el sumario interno, el director de la colonia alegaba que los pacientes solían escaparse. Pero uno de los "huidos" era parapléjico. ¿Por qué la tasa de mortalidad era tan alta? ¿Se realizaban en Open Door extracciones de córneas? ¿Se traficaba con plasma, que en aquella época se vendía a 60 dólares el litro? ¿Eran los mil doscientos pacientes de Open Door donantes involuntarios? ¿Se vendían riñones, hígados, córneas, de pacientes (¡vivos!) por quienes nadie protestaría? Se abrió un sumario por las irregularidades de la colonia, que incluían maltrato sexual hacia las enfermas y sospechas de rufianismo. Pacientes de Open Door habían quedado embarazadas y hubo apropiación de los recién nacidos.
La conexión de este infierno con la doctora Giubileo no tardó en instalarse en la opinión pública. Si en su vida privada no se encontraban motivos para su asesinato, sólo había que sumar dos más dos: Cecilia había metido la nariz en un turbio mundo ilegal.
Otra gran deuda de la justicia argentina que prescribió en el año 2000 con más dudas que certezas.

Fuente: lanacion.com

jueves, 9 de julio de 2009

El petiso orejudo

Un día de 1906, el empleado municipal Fiore Godino entró en la comisaría décima, en la calle Urquiza 550, y a los gritos clamó ayuda para controlar a su propio hijo, Cayetano Santos Godino, de sólo 9 años:
-¡Señor comisario, yo no puedo con él! Es imposible dominarlo. Rompe a pedradas los vidrios de los vecinos, les pega a los chicos del barrio… Y si lo encierro en casa es peor. Se pone como loco. El otro día encontré una caja de zapatos. Había matado a los canarios del patio, les había arrancado los ojos y las plumas y me los dejó en la caja, al lado de mi cama…
Cayetano Santos Godino, nació en 1896 en un conventillo de la calle Deán Funes 1158 y fue el menor de 12 hermanos, lo bautizaron Cayetano como el primogénito, muerto a los diez meses de vida de una afección cardiaca. Su vida la dedico a matar y a quemar en un raid criminal como la ciudad jamás había visto.
El Petiso Orejudo, como quedo registrado en la historia criminal argentina y en la mitología macabra de aquella Buenos Aires, era un chico frágil: enfermó de enteritis a los pocos años y creció raquítico, esto de ninguna manera le impidió convertirse en el mayor asesino serial y pirómano del sur de América.
Fue a varias escuelas, pero duraba poco: lo expulsaron seis veces y nadie le enseñó a leer. Cuando fue revisado por los médicos, éstos contaron 27 cicatrices en la cabeza provocadas por las palizas del padre y de su hermano Antonio.
A los siete años, Cayetano era tan bajo y menudo que parecía de cuatro. Lo llamaban "El Oreja" o "El Petiso Orejudo" porque sus apéndices auditivos eran grandes y apantallados. A los 8 cometió su primera fechoría. Tomó de la mano a un niño de 21 meses y lo llevó a un baldío donde comenzó a pegarle en la cabeza con una piedra. Al pequeño Miguel de Paoli lo salvó el vigilante de la esquina, que llevó al agresor a la comisaría. El padre tuvo que ir a buscarlo y todo quedó como una pelea de chicos.
En 1908 lo encerraron en un reformatorio de Marcos Paz. Iba a pasar allí tres años, pero no sirvió de nada.
El año 1912 fue un año lleno de sucesos históricos, pero en la memoria de los argentinos quedo registrado como el más macabro en cuanto a crímenes e incendios se refería.
El 25 de enero se encontró, en una casa vacía de Pavón 1541, el cadáver de Arturo Laurora, de 13 años, golpeado y estrangulado.
A las seis de la tarde del 7 de marzo de 1912, una niña de 5 años llamada Reina Bonita Vainicoff, hija de inmigrantes judíos que vivían en la avenida Entre Ríos 522, miraba la vidriera de una zapatería. De pronto, sin que nadie atinara a darse cuenta cómo, el vestido blanco de Reina Bonita, lleno de volados y puntillas, comenzó a arder. Alguien le había tirado un fósforo. A pesar de los gritos desgarradores de la niña en llamas, y de que un policía se tiró sobre ella para apagar el fuego con el cuerpo, no pudo ser salvada. Reina Bonita, con quemaduras múltiples, murió 16 días más tarde. La tragedia se ensañó con la familia Vainicoff: el abuelo, al ver que su nieta ardía, cruzó la avenida Entre Ríos sin mirar y lo mató un auto.
El 16 de julio de ese mismo año, Cayetano incendió un corralón en Garay al 3100. En septiembre, mientras trabajaba como mandadero en unos almacenes del barrio, acuchilló a un caballo en los establos de Chiclana al 3300. Dos días después prendió fuego a la estación de tranvías de la Compañía Anglo, que tenía entrada por Estados Unidos y por Carlos Calvo. El 8 de noviembre de 1912, y en un descuido de sus padres, desapareció el niño Roberto Carmelo Russo, de dos años y medio, quien jugaba con su hermanito mayor en la vereda de Carlos Calvo al 3800. Minutos más tarde, un vigilante rescató a Roberto Carmelo en un baldío. Lo habían maniatado con un piolín. Junto a él estaba un muchacho menudo y de orejas apantalladas: alegó que acababa de descubrir a Robertito y estaba desatándolo.
Durante ese mes de noviembre, otros extraños sucesos conmovieron al barrio: alguien incendió un galpón de azulejos en la calle Carlos Calvo y Carmen Ghittoni, de tres años, fue golpeada en un baldío de Chiclana y Deán Funes. El vigilante llegó corriendo y sólo avistó de lejos al agresor, que huía. Cuatro días después, Catalina Neolener, de cinco años, sufrió un ataque similar en el umbral de su casa, en Directorio 78. Pero todo se iba a precipitar el día de la tragedia, el martes 3 de diciembre de 1912.
La tarde del 3 de diciembre Jesualdo Giordano fue encontrado en un basural conocido como la quinta Moreno, donde funcionaba antes el horno de ladrillos de la fábrica La Americana. Lo habían estrangulado con trece vueltas de un piolín que se le hundió en el cuello. Como no terminaba de morir, el homicida le perforó la sien derecha con un clavo de cuatro pulgadas, al que golpeó con una piedra hasta que la punta salió por el otro parietal. Luego tapó el cuerpito con chapas de cinc y se fue tranquilamente a su casa. El horroroso crimen de Jesualdo Giordano hizo explotar a la ciudad. El conventillo de Progreso 2585, en el que vivían los Giordano, se colmó de vecinos indignados. Según la crónica del diario La Prensa, la policía sabía perfectamente quién era el asesino: sospechaban hacía tiempo de Godino, aunque no tenían pruebas. Quizá no se animaban a proclamar que un niño fuese el culpable de esos crímenes que la opinión pública adjudicaba a siniestras organizaciones criminales como la Mano Negra, dedicadas a secuestrar chicos. Durante la reconstrucción del crimen de Jesualdo, Godino fue visto entre el gentío que llenaba la quinta Moreno. También fue al velorio, y hasta algunos dijeron que se mostró compungido al acercarse al féretro blanco y tocar la cabecita con mano trémula. Se sabe que compró un ejemplar del diario y se hizo leer la crónica de los hechos (era analfabeto). Luego recortó la noticia y se la guardó.
Fue detenido la noche del 5 de diciembre. Los diarios revelaron los detalles de la confesión del "Petiso", que habló durante varias horas.
El proceso a Cayetano Santos Godino se prolongó por dos años, durante los cuales "El Petiso" fue recluido en el Hospicio de las Mercedes. Las más importantes figuras de la psiquiatría criminal concurrían para examinar al reo y comprobar cómo era aquel ser al que la prensa calificaba de fiera humana. Muchas voces reclamaron que se lo condenara a la pena capital, que entonces estaba en vigencia para delitos como el homicidio, aunque no podía aplicarse a menores. ¿Pero podía llamársele niño al "Petiso", aunque su partida de nacimiento dijera que sólo tenía 15 años?
Godino fue procesado por tres homicidios (los de los niños Arturo Laurora, Reina Bonita Vainicoff y Jesualdo Giordano) y once agresiones. ¿Cometió otros crímenes? El proceso nunca lo esclareció. Se dijo con insistencia que "El Oreja" habría matado a otros niños, por ejemplo la pequeña María Rosa Face, una nena perdida que nunca apareció ni viva ni muerta y cuyos padres regresaron a Italia. También al niño Lautaro Marchi, que sin embargo no figura en el expediente criminal.
Godino era examinado como un cobayo; en el diagnóstico, se destacaban sus características físicas: la escasa talla (1,51 metros), la cabeza pequeña (microsomía); la extensión de sus brazos, que abiertos alcanzaban una envergadura de 1,85 metros; sus orejas desmesuradas y en asa, su miseria física y la desmesura de su órgano sexual. Todo conducía a una conclusión: Godino estaba predestinado al crimen.
¿Qué pasaba por la mente de Godino cuando cometía sus crímenes? Según sus palabras, una fuerza ingobernable lo dominaba, el dolor le partía el cráneo y ese sufrimiento sólo se aliviaba golpeando, matando. Sin embargo, todos los exámenes descartaron que padeciera epilepsia.
Godino fue condenado en 1914 a la pena de penitenciaría perpetua, que era irredimible. El juez lo envió a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, donde podía ser aislado en una celda. Allí pasó varios años. Aprendió a leer y escribir, a sumar y restar.
En 1923 se inauguró en Ushuaia un presidio de máxima seguridad. Se la llamó "la cárcel del fin del mundo". Godino, severamente custodiado y engrillado, fue trasladado a ella en el transporte Chaco.
En 1933, José María Soiza Reilly, periodista y escritor muy popular, entrevistó a Cayetano Santos Godino en la celda que ocupaba, la número 90. Por esa entrevista, publicada en la revista Caras y Caretas, el público se enteró de que Godino había matado a dos gatitos que eran las mascotas de los presos, y que por ello le habían propinado una feroz paliza. También contaba que en una de las primeras operaciones de cirugía estética que se habían hecho en el país le habían achatado las orejas, esas orejas aladas que según algunos eran la causa de su maldad. La operación fue auspiciada por el gobierno, que envió un equipo médico y un fotógrafo a Ushuaia.
Cayetano Santos Godino nunca recuperó su libertad. Según el certificado de defunción, "El Petiso Orejudo" falleció el 15 de noviembre de 1944 por una hemorragia interna causada por gastritis avanzada. ¿Murió de una paliza que le propinaron los presos? Cuenta la leyenda que, cuando el penal fue clausurado, en 1947, los huesos de nuestro primer asesino serial no pudieron ser hallados en el camposanto del lugar. En cambio, la esposa del último director tenía un pisapapeles con el fémur de Cayetano Santos Godino.


Fuente: lanacion.com

domingo, 5 de julio de 2009

A fuego lento...


Corría la mañana del 28 de marzo de 1973, en el tradicional barrio de San Cristobal un nuevo día comenzaba, vecinas que salian a hacer sus compras, hombres y mujeres se dirigían a sus trabajos y los niños iban a la escuela. Era una mañana mas hasta que a una mujer que venía por la calle Garay, al doblar en Pasco, le llamó la atención la gran cantidad de moscas que se posaban y volaban sobre un cajón de verduras que contenía residuos. Dicha presencia de moscas estaba justificada por los restos de carne que se veian sobresalir del cajón, la curiosidad igualmente se apoderó de aquella mujer ya que los restos en la basura no se parecian en nada a desechos vacunos.
En esa esquina se encontraba el bar y restaurante Yamil, que funcionaba allí desde hacia años, la presencia de desperdicios de carne se justificaba por dicho comercio pensó la vecina, pero no se convenció y decidió dar parte a la policía. Cuando los oficiales se hicieron presentes en el lugar se estableció que estaban efectivamente frente a un torso humano del cual habían sido seccionadas con mucha habilidad la cabeza, los miembros superiores e inferiores y los musculos pectorales.
Al anochecer del mismo día ya estaba resuelto el hecho, pero bien vale recordar las diferentes etapas de este hecho que al día de hoy sigue provocando escalofrios.
El cajon con su macabro contenido se encontraba en la vereda del restaurante Yamil, hacia allí se apuntaron las primeras sospechas. El comisario y tres suboficiales fueron los que ingresaron al domicilio lindante con el bar, alli vivia Emilia Basil, dueña del comercio, con su esposo Felipe Coronel Rueda y tres hijas fruto de ese matrimonio. Ella era quien atendía y cocinaba en el restaurante, asi que fue a ella a quien dirijieron todas las preguntas las comisión policial presente en el domicilio.

-En el interior del cajón que estaba en su vereda se encontraron restos humanos, ¿puede darnos alguna explicación?, la Basil era una mujer menuda de no mas de un metro sesenta de altura y alrededor de cincuenta kilos de peso, que ante la penetrante mirada de los policías se mostró entera y fría, en ningún momento se puso nerviosa.

-¿Como voy a tener yo una explicación acerca de unos restos humanos que ustedes dicen que estaban en nuestra vereda.
Se le formularon algunas preguntas más y se retiraron, no conformes y con la idea de volver pero con una orden de allanamiento para revisar el lugar.

Al llegar a la seccional un pedido de paradero registrado el lunes anterior fue lo que permitió resolver el caso. Uno de los oficiales que estuvo en el lugar del hecho le comento a su compañero las novedades del caso y que habían interrogado al matrimonio Coronel Rueda del restaurante Yamil, al escuchar estos datos el policía fue de inmediato a su escritorio y extrajo el pedido de paradero antes mencionado. Alli estaba la punta del ovillo.

Francisco Pietrella habia denunciado la desaparición de su hermano José Pietrella, un hombre de sesenta y cuatro años que trabajaba como desratizador, con quien habia acordado encontrarse el sabado por la noche, José nunca acudió a la cita y tampoco desde entonces se habian tenido noticias suyas. Donde empalma todo esto, en la dirección, Garay y Pasco, porque según Francisco, su hermano José, alquilaba allí una pieza a la Sra. Emilia Basil, el mismo lunes que hizo la denuncia se habia presentado en la casa de la Basil perguntando por su hermano y la mujer le dijo que desde el sábado que no lo veian.

Ya con la orden de allanamiento en la mano se dirijieron al bar, la misma Basil fue quien les abrió la puerta. Con total tranquilidad hizo pasar a los doce miembros policiales entre los cuales habia peritos y especialistas en manchas hemáticas y rastros. En primer lugar le preguntaron por su inquilino Jose Pietrella y su respuesta fue la misma que le habia dado a su hermano Francisco, se habia retirado el sábado temprano con su valija a cuestas porque tenia que hacer dos desratizaciones.

El grupo se dividió en tres e inició una labor que simultaneamente comprendió la cocina, las habitaciones y el living comedor de la casa.

Uno de los policías se dirigió a la piecita que ocupaba Pietrella y observo que la valija que supuestamente se habia llevado el dia de su desaparición estaba allí junto a la cama.

-¿Usted sosotiene que su inquilino se fue el sabado temprano a desratizar y nunca volvio? se le pregunto a la Basil.
-Asi es, yo misma la abrí la puerta.
-Qué raro, ironizo el oficial, se fue y dejo aqui todas sus herramientas y venenos.
Por un momento vieron que la mujer palidecia, pero pronto se recupero y siguio argumentando que quizas José tenia otra valija con los mismos elementos.
Fingiendo poco interes en este detalle, que era muy revelador y comenzaba a desnudar falencias en los argumentos defensivos de la mujer, se continuó con el allanamiento.
Cuando la tarea llevaba mas de una hora y media uno de los oficiales reparó que arriba de un mueble había algo envuelto en diario que en principio parecía una pelota de fútbol, grande fue la sorpresa y el grito cuando al quitar los papeles se encontro con una calavera humana. Uno de los peritos que acompañaron a los policías no vacilo un momento en afirmar que la cabeza había sido descarnada en fecha reciente hirviendola en algun recipiente.

La novedad llevo a los policías a la cocina del restaurante, allí dentro del horno encontraron las piernas y los brazos en dos grandes asaderas, en estado casi de total carbonización, ya que venian siendo sometidos con intervalos durante varios días al calor del horno.
Superado el horror el matrimonio fue conducido a la seccional. En el interrogatorio quedo demostrado que el esposo era totalmente ajeno al crimen y a la relacion amorosa que tenian desde hacia muchos años la Basil y su victima.

Pocos podian creer que aquella menuda mujer pudo haber cometido un crimen tan atroz.
La señora Basil había declarado que tenia una importante deuda con su inquilino y amante , mas tarde se supo que ese fue el detonante del crimen.
En la reconstrucción del hecho quedo descartado que hubiera sido en defensa propia, la mujer mató a Jose Pietrella despues que este la reclamara el dinero de la deuda.

Primero lo ahorco con una cuerda de nylon y una vez muerto en el piso lo arrastro hasta un cajón donde se guardaban verduras y hortalizas, alli estuvo el cadaver todo el sábado mientras el restaurante funcionó de manera normal como cualquier día.
En horas de la madrugada del domingo la Basil se dispuso a descuartizar a su amante muerto, al cual cocinó durante dos noches seguidas, la cabeza en una olla que se utilizaba para hacer pucheros y los miembros en el horno.

Los oficiales le preguntaron porque también no había hecho lo mismo con el torso, a lo que ella respondió que como era muy grande tenía miedo que alguien de su familia lo descubriera, por eso lo sacó a la calle con la intención de que al pasar el basurero se lo llevara. Lo que ocurrió es que aquella noche estalló, para desgracia de la Basil, una huelga de recolectores de basura y no se hizo el servicio. De no haber sido por el paro, el crimen nunca se hubiera resuelto.

Emilia Basil fue condenada a dieciseís años de prisión, su abogado defensor Pedro Bianchi apeló y planteó la nulidad del fallo. La labor del abogado logró que el alto tribunal dictara la nulidad y asi fue que llego un nuevo pronunciamiento, mas suave, que nuevamente fue apelado por la defensa.

Cuando aun no llevaba ocho años de prision se le permitio a Basil salir en libertad, cuentan los vecinos que una mujer ya totalmente encorvada y envejecida se llegó una tarde hasta la esquina de aquel restaurante, clausurado desde el dia del asesinato, y que despues de contemplarlo por un rato se perdio por la Av. Garay entre la gente.
Un caso sin precedentes en la historia de la criminalidad argentina.

Fuente: Crimenes Famosos de Enrique Sdrech


Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Flores...